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LOS ESPECTROS LATINOAMERICANOShaber sido parte fundamental de ellas; la mejor parcela de su tradición se encuentraen esa tozuda insistencia por colocarse del lado de los vencidos, por aportar a laescritura de ese combate continuo e interminable contra la opresión y la injusticia.Si no desaparece la izquierda es, sencillamente, porque todo está por hacerse yporque hoy más que nunca señorea sobre nuestras sociedades el puño de hierro deuna dominación que nos va conduciendo hacia la noche de la barbarie.En las siempre cambiantes vicisitudes de la historia, esas que suelen desmentirlas predicciones de diversos tipos que se han hecho desde los tiempos de laRevolución Francesa, la izquierda contemporánea quizás pueda encontrar nuevosimpulsos que le permitan situarse en la perspectiva de los oprimidos, saliéndose delas declamaciones grandilocuentes forjadas en los talleres de dogmáticas filosofíasde la historia esencialmente atravesadas por una escatología del fin de los días.Lo que no puede ni tiene que abandonar es su rechazo del orden establecido, supermanente sospecha de un proyecto civilizatorio que está conduciendo a la humanidada la autodestrucción; no puede, siguiendo esta perspectiva, acomodarseen el “ala progresista” del sistema, pasando de una tradición revolucionaria a unalógica del gradualismo histórico que suele concluir en aceptación a rajatabla delrealismo político más crudo. Su rechazo del maximalismo no debe conducir a laresignación posibilista, del mismo modo que se vuelve fundamental, y fundante deotro derrotero, recobrar sus energías utópicas, sus sueños diurnos como los llamabaErnst Bloch sosteniendo la crítica de un marxismo que en nombre de la ciencia y laracionalidad había abandonado sus vertientes cálidas, esas que la vinculaban conla fuente nunca agotada de los deseos irrealizados de una tierra de leche y miel.La izquierda nació de esas antiguas escrituras que se ocuparon de recordarles alos hombres que era no sólo deseable sino también posible la construcción de unasociedad más justa, más libre y más amable con las criaturas del mundo. Al secarseesas raíces utópicas, esas demandas oníricas que venían de semiborradas huellasenterradas en los oscuros pasadizos de la memoria, la izquierda se mimetizó con lalógica del poder, se volvió, ella, discurso y práctica de la dominación.Claro que —y éste es otro motivo de su trágico discurrir histórico— muchasveces en nombre de esos sueños desiderativos, enarbolando la bandera dela transformación revolucionaria de la sociedad se construyeron mecanismos queasfixiaron la libertad y que convirtieron a esos sueños no en garantes de un mundomás justo sino en excusa para la entronización de las formas más despiadadas delpoder opresivo. La izquierda, y ésta es tal vez una diferencia central con la derecha,vive en el interior de ese núcleo trágico, de esa permanente tensión que se da entresus anhelos de justicia y las clausuras totalitarias que también se esconden en esosmismos anhelos. La derecha, simplemente, ejerce con crudeza los mecanismosdel poder y sólo disimula su violencia cuando esto se vuelve indispensable parasu propia perpetuación. La izquierda, en cambio, siempre se ha enfrentado, condiversa suerte, a esa dialéctica en la que la busca del bien se trastoca en realización86

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