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EL SALVADOR: REALIDAD POLÍTICA Y LIBERACIÓNque positivamente genera dinámicas que socavan la integración social. Porque elcrimen organizado es, además de foco de violencias que alteraran dramáticamentela convivencia social —secuestros, extorsiones, crímenes asociados al narcotráfico,contrabando y venta de armas, prostitución, robo y contrabando de vehículos,etc.— generador de espacios/territorios ajenos al control estatal-gubernamentalen los cuales impera una normatividad y unos criterios de convivencia regidos poral abuso, la fuerza, el miedo y la impunidad, que socavan la integración social.A lo anterior se suma, como otro síntoma de desintegración social, elsentimiento de desarraigo (y, con ello, de erosión del sentido de pertenencia) quepareciera irse generalizando entre amplios sectores de la sociedad salvadoreña.Cada vez más, en sectores sociales significativos del campo y la ciudad, entrejóvenes y adultos, mujeres y hombres se afirma la idea de que en este país se estáde paso, mientras se dibuja en el horizonte personal y familiar la posibilidad deemigrar hacia el extranjero, principalmente hacia Estados Unidos. La expectativade echar raíces, de establecer vínculos de largo plazo en el país en el que se hanacido es sumamente débil, especialmente entre la juventud, cuya meta es salircuanto antes y en la primera oportunidad de El Salvador. Estar de paso, no pensaren labrar lazos duraderos con la comunidad en la que se ha nacido, significa nosentirse parte de ella ni sentirla como propia. Más aún, significa ser indiferente alo que pueda ser de ella y no estar dispuesto a asumir compromiso alguno con susnormas o instituciones, con sus problemas ni con quienes están dispuestos a haceralgo para superarlos. Sin sentido de pertenencia, lo que hay es indiferencia: al finy al cabo, da igual cómo vayan las cosas, pues nada más se está aquí de paso, paramientras, en un país que se ve como algo ajeno, como algo hostil.Porque la contracara del desarraigo y la erosión del sentido de pertenencia,es la hostilidad de un país que no ofrece a quienes nacen en su seno las posibilidadesde realizarse, de manera mínimamente plena, como personas humanas.Y es que, junto con el desarraigo y la erosión del sentido de pertenencia, la hostilidadde El Salvador hacia sus hijos e hijas genera una frustración individual ycolectiva que, a falta de cauces institucionales que la canalicen, contamina la vidacotidiana de una violencia que se convierte en válvula de escape ante las miserias,contrariedades, fracasos y cierre de opciones de todos los días (González, 1997 a:241-258). La sociedad salvadoreña actual muestra síntomas evidentes de ser unasociedad afectada por una grave anomia en el sentido que dio McIver al término:“‘estado de ánimo’ del individuo, cuyas raíces morales se han anulado: se percibecomo espiritualmente estéril, se vuelve escéptico frente a la afirmación de valoresuniversales y entra en una filosofía de la negación, sin futuro ni pasado” (DelAcebo, 2006: 31).En la raíz de los síntomas de desintegración social que se ha apuntado setienen exclusiones reales —económicas y sociales— que generan marginalidady pobreza en amplios sectores de la sociedad salvadoreña. O sea, se trata del262

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