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LEONEL DELGADO ABURTOdesproblematización. Al contrario, en el territorio de la globalización lo que estáen juego es la posibilidad de articular de forma novedosa y auténtica las identidades,lo que implicaría unos trabajos arduos de interpretación y debate.No hay, por supuesto, una ineficacia intrínseca en el diseño de una políticacultural, sobre todo si es pensada tomando factores como lo que ya mencioné. Sepodría elaborar bajo estos parámetros una política cultural ideal, enfatizando uno uotro de los aspectos mencionados. El problema es, más bien, de participación. En elámbito cultural, la ausencia más evidente es la de una postura crítica de la sociedadcivil en torno a las políticas culturales (entendiendo que sociedad civil no equivalea un destacamento de vanguardia formado por notables, y disciplinado bien seapor la disciplina partidaria o por los vínculos pigmentocráticos). Según creo, yésa es la parte más propositiva que podría traerse a cuenta de todo lo que vengodiciendo, una parte importante de la política cultural debería articularse como undebate en torno a estas procedencias: el arraigo nacionalista, la tensión entre larazón oligárquica y la razón intelectual del nacionalismo versus las posibilidadessubalternas de ampliar el concepto tan limitado, interesado y obtuso que tenemosde lo que es la cultura nacional, y todo esto enmarcado por la globalización.Esta propuesta sería, pues, de pluralidad y de debate, en oposición a una política(o politiquería) de culto nacionalista de lo nacional. Esto implica, en cierta medida,descentrar nuestras expectativas: se trata de intervenir desde la sociedad civil,de cuestionar y criticar lo consagrado, de integrar a los sectores marginados, y portanto de contribuir a un rediseño de lo que hemos entendido como lo nacional. Pero¿qué espacios son los de estas intervenciones? Fundamentalmente, la Universidad(aunque a veces ésta no parece darse por aludida) y los movimientos culturalesindependientes (aunque a veces éstos estén fijados exclusivamente en el aspectopatrimonial de las políticas culturales). El crítico brasileño Roberto Schwarz (1995:265) se preguntaba por qué en Brasil ninguna escuela interpretativa arraigaba, y sucesivamentela inteligencia de su país saltaba del impresionismo a la nueva crítica,del marxismo a la fenomenología, del estructuralismo al post-estructuralismo o ala teoría de la recepción. En resumen, por qué la vida intelectual brasileña parececomenzar de cero con cada generación. Algo similar ocurre en Nicaragua, pero,por supuesto, de manera menos sofisticada, porque no saltamos entre escuelasinterpretativas sino entre las agendas políticas que se imponen con los cambios degobierno. Esto provoca una especie de conciencia deshistorizada, pues parecieraque los debates terminaran o comenzaran al ritmo de los cambios políticos, perotodos sabemos que los debates culturales suelen tener su propio ritmo; no hay, pues,que sucumbir a la tentación de emparejar los debates de la cultura y “resolverlos”según el orden político (eso sería reafirmar la tradición patrimonialista).La respuesta a la problemática planteada por Schwarz es bastante compleja,e implica un planteamiento post-colonial. En el caso de Nicaragua, también, perodebemos fijarnos, por la naturaleza de este foro, que tras esta problemática está241

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