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POLÍTICAS CULTURALES EN LA NICARAGUA POST-SANDINISTAEs precisamente a partir del gobierno sandinista que se puede hablar másdirectamente de una política cultural que abarca los dos sentidos con que comúnmentese entiende el término cultura: tanto en el sentido estricto de arte y letras,como en el concepto antropológico de formas o estilos de vida (Williams, 1977:15-18). Parte de los debates culturales de los años ochenta tienen que ver con estasdistinciones. En efecto, ¿cómo fundar una nueva nación sin alterar de fondo losestilos de vida? Y, en estos cambios, ¿qué papel tendrían las artes y las letras? Porsupuesto, desde la perspectiva del presente, hay que tomar en cuenta que en lacoyuntura que va de 1989 (caída del muro) a 2001 (caída de las torres) se ha dadoun desmontaje global de los presupuestos de la soberanía nacional que sosteníalos proyectos revolucionarios. En todo caso la política cultural de la Revoluciónfue contradictoria, y algunas de sus notas discordantes son las siguientes: 1) Setrató, como ya lo ha señalado Wellinga (1994: 83), de (varios) proyectos personales.¿Cómo interpretar este personalismo? En cierta medida se trata de que la autonomíacultural fundada por la escritura favorece la imposición de la personalidad por sobrela institucionalidad (en el sentido, asimismo, que toda escritura es política, e implicapoder simbólico). Hay que insistir de nuevo en la fragilidad de la institucionalidadacadémica y cultural en Nicaragua, y de lo vulnerable que son los debates ante elpredominio de las amistades y enemistades militantes. 2) Hubo, en el proyecto delMinisterio de Cultura, un favoritismo por las artesanías (no sólo en sentido literal,sino figurado: la exaltación del creador popular naive o amateur) (Wellinga, 1994:130). Este acercamiento desplegó varias tareas antropológicas y folclóricas (derecolección y fomento cultural) que siguen siendo necesarias. Hay que enfatizar, sinembargo, que no todo era innovación, sino, más bien, continuación de las labores deinventario y resguardo de la “cultura nacional” iniciada por los vanguardistas. Meparece que lo más polémico de este proyecto es que implica la creación de un sujetopopular a medida del deseo de los intelectuales, todo esto en un espacio nacionalcerrado e incontaminado (Ministerio de Cultura, 1982: 267-273). Este esquema, esquizá innecesario repetirlo, está en crisis profunda debido tanto a las fallas propiascomo a la globalización. 3) Como se sabe, la tensión entre artesanías y arte (quesería otra forma esquemática de plantear el proyecto cultural revolucionario) llevóa las escaramuzas y guerras culturales ganadas o perdidas de los años ochenta.Algunos resultados de tales combates son destacables. Por ejemplo, el recelo intelectualfrente a las políticas culturales del Estado (Ramírez, 1994: 30-32). Pero lopredominante ha sido la imposición de la ideología del Estado mínimo tambiénen lo que se refiere al ámbito de la cultura. Esta recurrencia neoliberal junto a laposición tradicional de hacer propaganda, hacer apología y practicar como políticacultural exclusivamente el resguardo de las tradiciones y objetos culturales, ha sidoel eje de la política cultural en las últimas décadas. El problema aquí es que, poruna parte, el Estado compactado vuelve un contrasentido su procedencia nacional,de manera que lo nacional se refugia en otros espacios independientes o, como es238

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