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IGNACIO M. SÁNCHEZ PRADOindígena es puramente formal. Sin embargo, lo importante es el gesto: si el análisises consistente en presentar estos textos desde su valor estético, expresar de manerademasiado abierta una motivación política debilitaría el análisis. La radicalidadde la crítica de Montemayor está inscrita en una postura ético-humanista que, ensu momento, articuló Alfonso Reyes en sus “Notas a la inteligencia americana”:la ciudadanía cultural es algo que se ejerce. Al trabajar la producción narrativaindígena como literatura sin adjetivos, Montemayor provoca un cortocircuito enla tradición de estudios de la literatura indígena, desde la establecida por MiguelLeón-Portilla (en la que los textos precolombinos desembocaban teleológicamenteen la nación) 10 hasta la criticada en Encuentros en Oaxaca, la de los lingüistas deizquierda que daban por sentada su inferioridad cultural. Finalmente, en un libromás reciente (Montemayor, 2001: 27) vemos claramente una precisión importante:no presenta una versión idealizada ni purista de las literaturas indígenas, sino quelas reconoce atravesadas por los conflictos nacionales y por un proceso complejode aculturación.Este punto es crucial porque nos permite ver, en una perspectiva más amplia,que para Montemayor la literatura es un espacio contemporáneo de acción social ypolítica. Esto permite entender otra esfera central de la acción político-cultural deMontemayor, su narrativa, en la cual ocupa un lugar preponderante el recuerdo delos movimientos armados reprimidos en los años setenta. Su postura respecto alrol de la narrativa en la sociedad se muestra claramente en un provocador ensayode 1983, incluido en su libro El oficio literario, donde expresa preferir a El coronel notiene quien le escriba sobre Cien años de soledad. Montemayor rechaza la actualidad deesta última cuestionando si la conclusión de la novela, que parece representar a lahistoria latinoamericana como “un puñado de países arrojados al vacío de guerrasciviles ilusorias, grotescas” es legítima. A esto, Montemayor (2001: 21) responde:“No, el compromiso con nuestra realidad no desemboca en la nada, no puededesembocar tampoco en una propuesta literaria de lo grotesco y lo irreal, aunqueextraliterariamente puedan adoptarse ideologías revolucionarias. Nuestro compromisode escritores no se finca en sólo un compromiso con un partido, un gobiernoo un grupo ideológico, sino en la comprensión más abarcante de nuestra historia.”Montemayor (Idem.) concluye afirmando que, en el tiempo que se vivía, en plenitudde las dictaduras militares, la invasión de Grenada y las emergentes guerras civilescentroamericanas, la visión de Cien años… resultaba en un símbolo “de irrealidad,de complicidad”, ya que vacía de sentido una serie de luchas y realidades socialescuyo sustrato político no es analizado por el paradigma realista-mágico.La respuesta de Montemayor a este impasse proviene de su novelística.El ejemplo más claro se encuentra en su novela de 1991, Guerra en el paraíso, untexto vastamente documentado en torno a la represión del movimiento guerrillero10 Véase, al respecto, Sánchez Prado, “The Pre-Columbian Past as Project”.287

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