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MARC ZIMMERMAN / LUIS OCHOA BILBAOCon referencia a esta cuestión, se pueden considerar las palabras casualesde Carlos Fuentes, cuando subraya “la extraordinaria diferencia entre la continuidady riqueza de cultura de la América Latina y su pobreza económica y política,sobre todo política. […] No hay correspondencia entre lo que hemos hecho enla cultura y lo que nos falta hacer en la política. La cultura es de primera, es unacultura universal. La política sigue siendo la política del Tercer Mundo” (Fuentes,2010: 14 y 16). La diferencia de la que Fuentes habla entre cultura y política seproduce en la escritura del boom (por ejemplo, un hombre de la izquierda comoGarcía Márquez narra desde una perspectiva involucrando una visión circular y“no progresista”).Podemos explicar todo eso en función de lo que Marx y Engels llamaron eldesarrollo desigual entre base y superestructura, o entre economía política, por unlado, e ideología y cultura, por el otro. Pero durante los años ochenta y noventa delsiglo pasado, la cuestión se extendió en tal manera que la relación cultural-literariacon la economía-política se vio en función de la diferencia entre hegemonía ysubalternidad, o entre cultura arielista universalista y cultura popular calibánicade los de abajo.De acuerdo con la lógica subalterna, se puede entender que cuando Fuenteshabla de cultura, está hablando de lo que John Beverley (1999: 18) designó comocultura neo-arielista en relación con lo que Roberto Fernández Retamar, polemizandocon Fuentes hace casi cuatro décadas, había designado como la cultura deCalibán (1972), o lo que se puede denominar como la cultura popular de AméricaLatina. Desde esta perspectiva, la alta cultura latinoamericana es la cultura delos que tienen capital cultural cosmopolita, y la cultura supuestamente popular(cuya naturaleza ha cambiado también en los años más recientes) es la culturade los que no tienen capital. Para los pobres, tenemos la superestructura de lacolonialidad de poder; para los de arriba (incluyendo “los progresistas”), tenemosla superestructura supuestamente cosmopolita y globalizada.Que hay poca correlación obvia entre los giros a la izquierda en la política yla cultura en América Latina no es nada nuevo, a pesar de las ilusiones de correspondenciaen la segunda mitad del siglo xx. Pero la naturaleza específica de esadesarticulación o desajuste estructural es el contexto de los giros a la izquierda y lamarea rosa que uno tendría que explorar y explicar a fondo.En relación con esta cuestión, se debe recordar cómo, en la búsqueda delsustento a su visión de post-hegemonía, Beasley-Murray (1999: 18) cita un artículode George Yúdice (1995), donde se arguye que “los cambios en los modos deproducción [...] corresponden a un despertar de la articulación de los discursosnacionales y de los aparatos estatales, particularmente los disciplinarios y educacionales.Para Yúdice, “el Estado mismo no se ha debilitado, al contrario, se hareubicado en nuevas formas de organización y acumulación del capital”. Explicalo anterior así:23

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