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BENJAMÍN ARDITIdel Estado” y proponen una estrategia de repliegue hacia lo social para crearespacios que se sustraen del control estatal. Dice: “¿Qué le deberíamos decir aalguien como Chávez? ‘No, no tome el poder del Estado, confórmese con replegarse,deje al Estado y a la situación actual tal como está’?” ( i ek, 2007).Todo lo contrario. Alega que debemos usar el Estado para promover una agendaprogresista e impulsar nuevas formas de hacer política. Y tiene razón, aunque sudescalificación de las alternativas no estatales es miope e injusta pues se sustentaen un maniqueísmo de lo uno o lo otro. Como he insistido a lo largo del artículo,las pulsiones que se agitan por fuera del ámbito estatal también brindan opcionespara transformar lo dado.Para decirlo de una buena vez, la política post-liberal de izquierda no consideraque la contaminación entre multitud y representación sea algo problemático.Si lo hiciera, estaría arrojando por la borda el supuesto de que toda forma política esun híbrido. Además, no podemos olvidar que la multitud contemporánea difiere desu antecesora del siglo xvii en un aspecto crucial: ha dejado de ser una experienciade resistencia al proyecto centralizador de los nacientes estados nacionales dadoque surge en el marco de aparatos estatales ya existentes. Dicho de otro modo, adiferencia de la multitud teorizada por Spinoza, la actual ya nace con las huellasdel Estado y por consiguiente una estrategia que pretendiera establecer un juego desuma cero entre multitud y Estado sería simplista y equivocada. Beasley-Murray(2007) reconoce esto indirectamente cuando describe las insurgencias sociales comoprecedente directo de los giros a la izquierda en América Latina. El Caracazo, dice,es el punto de partida de un nuevo tipo de insurgencias “directamente relacionadascon el vehículo electoral que vino después, pero invariablemente autónomas y noreducibles a dicho vehículo”.Interpreto esto no simplemente como una constatación de la discontinuidadexistente entre una causa originaria y las consecuencias de sus acciones, sino másbien como una manera de explicar la manifestación y la permanencia de la causaen sus efectos. Si estas insurgencias pueden resguardar su autonomía mientras serelacionan de distintas maneras con la representación y, además, como hemosvisto, si esa relación ha incidido al menos parcialmente sobre los giros a la izquierda,entonces no podemos afirmar que la novedad y especificidad de la políticainsurgente requiere de una supuesta exterioridad con el Estado, los partidos y laselecciones. La experiencia reciente nos muestra que se contaminan entre sí a pesarde seguir caminos diferentes. Los antecedentes teóricos también. Hay un gran entusiasmopor la idea de rizomas entre los defensores de la multitud, pero a menudose olvidan de algo que Deleuze y Guattari decían acerca de la relación entre formasarborescentes y rizomáticas: hay rizomas con regiones arborescentes y sistemasarborescentes que engendran rizomas en su seno. Mutatis mutandis diremos que lapretendida pureza de la multitud o de la representación es un mal mito pues ellasse contaminan mutuamente y engendran una variedad de formas híbridas.61

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