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RICARDO FORSTERY sin embargo algo está sucediendo en las tierras calientes de un continente pauperizadopor políticas económico-sociales que aceleraron los conflictos en nombre depromesas siempre incumplidas. No casualmente, entonces, vemos cómo algunasexperiencias re-semantizan antiguas tradiciones mientras que otros se encargande demonizar aquello que amenaza, hoy, con reinstalar en nuestro continente elespectro del populismo.Los vientos de cambio que no dejan de sorprender en esta región del surdel mundo se enfrentan a sus propios desafíos y, claro está, a sus propios límites.No en vano pasó entre nosotros la década de los noventa; sus marcas, sus envilecimientos,sus traumas, sus brutalidades e incluso sus seducciones no puedenser borradas de un plumazo como quien gira el almanaque desprendiéndose, enese gesto, de todo su pasado. Si bien la historia no se repite, la farsa es siempreuna amenaza latente allí donde la propia sociedad prefiere hacer borrón y cuentanueva, creyendo que de ese modo lo brutal del pasado, sus propias complicidades ybajezas, se volatilizarán como minúsculas partículas de polvo llevadas por el nuevoviento de la época.Pensar tanto la globalización como interpelar las actuales condicionessociales que, entre otras cosas, han modificado hondamente no sólo la realidadde la pobreza sino también nuestra percepción de ella y de los imaginarios quese constituyen a su alrededor, significa, entre otras cosas, poner en cuestión lasfórmulas admonitorias, los prejuicios que esconden muchas veces un agudo plegamientodel pensamiento progresista a lógicas de la resignación o, más grave aún,a la aceptación del dominio planetario de un discurso monocorde adherido a lasleyes del mercado y de un liberalismo estrecho y enceguecido con sus propios“triunfos”. Latinoamérica ha pagado un altísimo costo durante las últimas décadascomo para seguir sosteniendo conceptos vacíos y teorías arbitrarias en nombre dela gran quimera de una entrada definitiva a las promesas emanadas de un tiempocapitalista que desea, de un plumazo y con extraordinaria torpeza, homogeneizarsociedades e identidades, culturas y tradiciones apelando a esas mismas promesasque, entre nosotros, han apuntalado la fragmentación y el empobrecimiento. Deahí que lejos de sentir temor ante la aparición de fenómenos políticos no siemprecompatibles con las “buenas costumbres” declamadas por democracias fallidas,creo que el retorno del conflicto y de la heterogeneidad constituye una más queinteresante oportunidad para sacarnos de encima la parálisis política que atravesónuestro continente en los años anteriores.y corporativa de doblegar al gobierno llevándolo a una debilidad estructural y paralizante. Sin embargo, la respuesta del kirchnerismo ha sido enparte inesperada porque ha decidido doblar la apuesta profundizando los cambios sin plegarse al chantaje del poder económico y mediático. Unade las consecuencias visibles es la repolitización de amplios sectores de la sociedad y la clara emergencia de una conflictividad de alto voltaje queva unida a una intensa recuperación de la movilización social.69

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