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RICARDO FORSTERde esta tradición anquilosada, aquello que oficiaba de nutriente de la izquierda,constituye toda una definición. Discutir las ideas de igualdad, de democracia, depoder, de Estado, de política, de representación, de violencia, de clase social, deprogreso, de revolución, es, apenas, iniciar un camino cuyo horizonte sigue siendobrumoso. Pero supone desmarcarse de repeticiones dogmáticas, de gramáticas quegiran en el vacío de sí mismas y que siguen describiendo la marcha del mundo deacuerdo a retóricas gastadas o, peor todavía, que han contribuido decisivamente ala multiplicación de la injusticia y a la deslegitimación de las propias tradicionesemancipatorias. Discutir la izquierda es atravesar el campo minado de lenguajescómplices de violencias y prejuicios, de lógicas del poder impiadosas a la hora desometer las disidencias y las diferencias; es, también, revisar prácticas reproductorasdel propio sistema al que se decía y se dice combatir, multiplicando formas dela moralidad que siguen permaneciendo en el universo de la dominación (no dejade ser valioso y estimulante hacer una indagación histórica de la manera comoel grueso de la tradición de la izquierda pensó el cuerpo y el poder, mostrandola continuidad con algunas prácticas centrales del mundo burgués). Inquietantespreguntas que apuntan, apenas, a tratar de reinstalar en el debate lo más intenso ysignificativo de una herencia dilapidada a manos llenas.El intento de abordar desde otro lugar la experiencia populista conlleva laintención de interrogar lo que hoy, a los ojos del discurso dominante, aparece comoel enemigo a doblegar, allí donde la figura demonizada del populismo ha reemplazadoal antiguo bestiario comunista. Por lo tanto, sin abandonar algunos núcleosde una tradición en crisis, esos que remiten fundamentalmente a la cuestión de laequidad y a la postulación de una sociedad articulada desde la fraternidad humana,se vuelve indispensable quebrar los prejuicios que todavía la atraviesan de lado alado, esos mismos que le impidieron y le impiden pensar desde otro lugar un fenómenohistórico que resulta más que relevante para la actualidad latinoamericana.La relación entre la izquierda y el populismo siempre ha sido compleja,cargada de sospechas y de reproches mutuos, crispada y hasta violenta, pero haconstituido un eje central de la institución de lo político en una época de profundasy decisivas neutralizaciones. Para pensar sin complacencias la democracia, susvicisitudes y sus carencias, se vuelve imprescindible actualizar el sentido de undebate que quedó postergado y en gran medida olvidado allí donde el discursoprogresista dominante giró, con inusitada energía, hacia una crítica de raíz liberalde aquellos fenómenos denominados populistas y que, en la actualidad latinoamericana,suponen, con diferencias, algo más que un interesante desafío al imperio deldiscurso mercadolátrico sin por ello alcanzar una crítica radical de la cosmovisióncapitalista. La izquierda no debería nunca perder de vista la imperiosa necesidadde no dejarse llevar por la corriente, ni siquiera cuando ésta parece hacerlo a favorde los desposeídos. Por eso insisto en la perspectiva con la que Walter Benjamin,en otra encrucijada histórica, pensó la tragedia de las tradiciones herederas de83

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