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EL SALVADOR: REALIDAD POLÍTICA Y LIBERACIÓNque ello es así, se corre el riesgo de entender a la cultura como un mecanismo deadaptación social, dejando de lado posibles lecturas de lo cultural que destacan supotencial emancipatorio. Y este potencial sólo puede reconocerse si, además de sufunción instrumental, se distinguen en la cultura las dimensiones representativa(clasificar entidades y modelar los hechos), normativa (cuáles tipos de hechos sonpermitidos, obligados y prohibidos), valorativa (cuáles tipos de hechos son importantesy deseables) (Baca et al., 2000: 115) y proyectiva (cuáles son los proyectos defuturo de una sociedad y cómo se los puede alcanzar) (García Canclini, 1987: 107).Esta última dimensión merece ser destacada porque remite al tema de losrecursos culturales que son necesarios para diseñar e impulsar, en la práctica,propósitos de carácter colectivo. “Los recursos culturales —señala GuillermoBonfil— son todos los elementos de una cultura que es necesario poner en juegopara definir un propósito social y alcanzarlo. Cualquier proyecto, sea cual fuere sunaturaleza, exige que se cumplan una serie de condiciones, que podemos entendercomo recursos culturales puestos en acción […], conocimientos, valores, formas decomunicación, códigos comunes para el intercambio de ideas y opiniones, emocionesy aspiraciones compartidas; todos éstos son recursos culturales” (Idem.).Llegados a este punto, podemos decir que la cultura debe ser entendidacomo un universo de símbolos —mitos, creencias, tradiciones literarias, valores,normas— que dan sentido y orientan la práctica de individuos y grupos en unasociedad determinada. De hecho, no existe “la cultura”, sino más bien los procesosculturales que, en cuanto tales, no son esencias eternas. Esto es, las culturas,entendidas como procesos, están sujetas a transformaciones. Pero las mutacionesculturales no suelen ser evidentes en la cotidianidad, sino que más bien se dilatana lo largo del tiempo. Y ello porque las culturas poseen una tendencia hacia lapermanencia, especialmente cuando el simbolismo que las alimenta se caracterizapor la rigidez, el dogmatismo o el fundamentalismo.En las culturas, pues, hay una especie de dialéctica entre la permanencia y elcambio, pero también una especie de dialéctica entre la continuidad y la ruptura.Los cambios y las rupturas culturales se abren paso en medio de la continuidad y lapermanencia. Esto es lo que explica el carácter híbrido de las culturas, las mezclasque las caracterizan y su ambivalencia. En el caso de América Latina las culturasson un espacio de conflictos y contradicciones, y las hibridaciones que las caracterizan“no coexisten con la serenidad con que las experimentamos en un museoal pasar de una sala a otra. Para entender esta compleja, y a menudo dolorosainteracción, es necesario leer estas experiencias de hibridación como parte de losconflictos de la modernidad latinoamericana” (García Canclini, 2004a: 798).Asimismo, las culturas sostienen esa dimensión de los individuos que llamamosidentidad, que en cuanto tal tampoco es una esencia eterna o algo que podamostomar entre las palmas de las manos. En otras palabras, la identidad se construye simbólicamente,culturalmente. “La vida humana —dice J. M. Mardones (2003: 79)— es252

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