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BENJAMÍN ARDITImovimiento de fábricas recuperadas en Argentina, las iniciativas de ongs y organizacionessociales que buscan modificar la agenda y el debate acerca de las políticaspúblicas para desarrollar un Mercosur Solidario o las propuestas para un presupuestoparticipativo en ciudades desde Porto Alegre hasta Rosario y Buenos Aires, pormencionar sólo algunas.Al igual que en el caso de la consigna: “Que se vayan todos”, el comúndenominador de todos ellos es la oposición al neoliberalismo y la búsqueda decanales de participación por fuera de los que ofrece el liberalismo. La ciudadaníasocial es uno de ellos. No me refiero a ella en el sentido socialista clásico delautogobierno de los productores o como los derechos de tercera generación queproponía T. H. Marshall —a la salud, la educación o la vivienda— y que sonprácticamente inoperantes a pesar de haber sido entronizados en la mayoría delos textos constitucionales en América Latina. La ciudadanía social se refiere másbien a la manifestación de la voluntad popular —un empoderamiento en términosde voz y capacidad de decisión— en la asignación de recursos públicos en vez de laselección de las autoridades. Constituye un modo de ser político y democrático almargen de la ciudadanía electoral. La relación entre ambas ciudadanías no implicaun maniqueísmo de lo uno o lo otro, dado que la social es un suplemento de laelectoral. Claus Offe (1984) y Schmitter (2005) hablan de “ciudadanía secundaria”o “segundo circuito de la política” para referirse a este tipo de empoderamiento ylo asocian con el quehacer de los grupos de interés organizados. Estos grupos eludenla representación electoral, pero no pueden ser reducidos a una representaciónfuncional o una corporativa (Schmitter, 2005; ver también Arditi, 2005 y 2007a).Política híbrida:multitud, ciudadanos, EstadoUn último aspecto de la política post-liberal se refiere a intervenciones que notienen al Estado o el sistema político como sus objetivos primarios. La políticafuera del mainstream electoral no es algo nuevo. No me refiero a los ejemplosobvios de insurgencias armadas o experiencias de partidos y movimientos extraparlamentarios,sino de la sociedad civil —a menudo un nombre erróneo— comoámbito de agencia e intervención política.Guillermo O’Donnell y Philippe Schmitter (1986) describen su historiareciente en el tomo de conclusiones de Transiciones desde un gobierno autoritario.Hablan de una “resurrección de la sociedad civil” como resultado de las movilizacionesllevadas a cabo por movimientos y organizaciones sociales (O’Donnell ySchmitter, 1986: 26-30). Puede que estas movilizaciones no basten para precipitarun cambio de régimen, y los autores parecen pensar que así suele ser, pero suimportancia radica en que ellas contribuyen a expandir las libertades y legitimara grupos independientes. Las acciones de estos colectivos no partidistas nos dicen57

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