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LEONEL DELGADO ABURTOfrecuente, ubicados en la intemperie social. Por otra parte, y esto es fundamental,limitar la política cultural al resguardo implica evitar un punto central del debate:cómo esos objetos, gestos y tradiciones llegaron a representar lo nacional.Del arraigo y sus fuentesPlantear esto implica, en realidad, preguntarse cuál es la historia de los vínculos entreclases dominantes, ideología cultural (nacionalista u otra) y políticas culturales delEstado. Éste es tema de una investigación que ojalá alguien lleve a cabo algún día.En este caso, voy a señalar únicamente cuatro características que resultan visibles:1) El desarraigo de las clases dominantes, con base en la ideología liberal,universalista, sobre todo a partir del predominio de la agroexportación a finales delsiglo xix (Ramírez, 1985). El desarraigo es hoy muy evidente en las clases tecnocráticas,en la concepción meramente técnica de la educación universitaria, y en lamanera en que la globalización influye en los valores de diversos grupos. Inclusolos más nacionalistas reciben esta influencia: ya somos demasiado desarraigadoscon respecto a lo que nosotros mismos entendemos como nacional.2) El arraigo nacionalista ideologizado, “desde arriba” u oligárquico (articulado,como dice Sergio Ramírez, 1986: 59-62, por el folklore y el anticomunismo).El rubendarismo, la exaltación provinciana de la amistad y el sentido familiar enel ámbito intelectual, la falta de disciplina en la producción artística, son marcasprotegidas por este tipo de folclorismo (Ramírez, 1986: 69-73). Este tipo de arraigoimpide la construcción cultural, pues limita el desarrollo de las tareas de recopilacióny resguardo de lo nacional, así como de las discusiones en torno a lo que seentiende como tal. Al mismo tiempo vulnera la articulación de lo universal, en elmodo tradicional de entenderlo (es decir, en torno a la subjetividad del creador).No hay que olvidar que esa subjetividad exaltada del creador es en su aspectoético ideal una versión sublime de la ciudadanía. Y, en Nicaragua, la ciudadanía,incluso de los creadores, ha devenido fabulosa, onírica o legendaria, en el sentidopeyorativo que puedan tener estos términos.3) El arraigo nacionalista elaborado por la “inteligencia”, que adquiere eneste sentido un aspecto utópico (en el buen y mal sentido de la expresión). De hechola revolución sandinista fue una especie de laboratorio para probar si por medios letradosse podía refundar la nación. Esto implicaba la interrelación entre literatura ypolítica en torno a tareas pedagógicas y éticas, que se ampararía por la construcciónde límites y fronteras (el territorio liberado y su versión en el espacio de la subjetividad:el hombre nuevo) (Franco, 2002: 111-115). La tecnología y la globalizaciónparecen impedir esta alternativa, pues no es ya más la literatura la disciplina culturalcentral, no es tampoco el libro el instrumento hegemónico de la cultura, y, como sesabe, los límites nacionales son cada vez más relativos y paradójicos. El “hombre239

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