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LEONEL DELGADO ABURTOimperialismo son términos opuestos a la nueva racionalidad. Pero el sandinismocomo fuerza fundamental de la transición es, paradójicamente, fundacional de esainstitucionalidad en la que su vocabulario político está en desuso.Bastante temprano, luego de la derrota política del fsln en 1990, se abrióun debate en torno a esta posición paradójica. ¿Se podía mantener el sandinismocomo fuerza que administrara la transición desde localizaciones clave del Estado(el ejército, la policía, el Congreso), o el cambio de gobierno implicaba institucionalizar/despartidizarel Estado para permitir el juego democrático? El problemaprincipal de la segunda posición ha sido, como ya sugerí, que el discurso de lainstitucionalidad, en la que las fuerzas de la derecha, especialmente durante elgobierno Chamorro (1990-1997), llevaron la delantera, confluye con el discursodel mercado y con la especie de “democracia de baja intensidad” que se produceal vaciar al Estado de cualquier discurso populista. En otras palabras, la institucionalidadno ha logrado ser pensada fuera de la racionalidad económica o demercado. Y esto se ve agravado por el uso que se le da al Estado para acrecentar lasfortunas de grupos de poder específico. Esto ha sido aprovechado por el fsln (queha mantenido una base de partidarios de alrededor del 30% de la población) paraelaborar un discurso opositor populista, lo que explica en parte su éxito político de2007, cuando Daniel Ortega vuelve a la presidencia.Una gran carencia, pues, tanto del fsln como de los grupos de origen sandinistaque lo adversan es el pensamiento de una institucionalidad que no sucumbani a la lógica del mercado ni al uso patrimonial y clientelista del Estado, y quelogre instaurar como conceptos hegemónicos al pueblo (o a la ciudadanía) y a lasoberanía. En cierto sentido, sandinistas oficiales y disidentes, aunque casi siempreconscientes de su lugar fundacional en la política contemporánea nacional, la quereclaman con frecuencia, han dejado de teorizar la política (y, por supuesto, laRevolución). Este impasse lleva a preguntarse si el espacio político del presente noes sino el de la fragmentación del discurso revolucionario, que aparece ancladosinuosamente en espacios heterogéneos, hasta cierto punto improductivos, padeciendola nostalgia de articulación vanguardista entre cultura y política, para la queno se ha encontrado el ímpetu necesario. Desde este punto de vista, el sandinismopuede ser pensado como correlato arcaico o regional (no necesariamente opositor)de la globalización capitalista.¿Qué significados tiene esta posición dislocada y transicional para losnuevos proyectos culturales? La pregunta debe ser pensada en torno a lo que harepresentado el sandinismo para la rearticulación del discurso (de lo) nacional y lavinculación entre estética y política, dando cauce a los impulsos vanguardistas deun momento histórico y de varias generaciones. El sandinismo, pues, deviene unreferente fundamental para pensar las identidades, y sobre todo como elemento,signo o huella en las representaciones, especialmente entre las clases medias urbanastocadas de manera más traumática por la crisis ideológica y ética que plantea243

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