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ISIDORO CHERESKYen las sociedades democráticas—, son denominaciones que deberían ser reexaminadasen sus antecedentes y novedad pues son prioritarias para la comprensión dela mutación en que se halla encaminado el régimen político.Esta centralidad de los individuos, de sus pronunciamientos y de su vidaasociativa, se deriva de dos circunstancias relativamente recientes y de transformacionesque están desenvolviéndose todavía ante nuestros ojos.La democracia ha adquirido una vigencia y un valor universal, y ello pesea los desafíos de las tradiciones antiseculares que reniegan del principio según elcual el orden político y social está librado a la voluntad de los hombres o al menosde lo que los hombres puedan hacer según su libre arbitrio de los legados de lahistoria y de la naturaleza. Ello quiere decir que el principio que hace a los sereshumanos iguales y partícipes resuena en los confines del planeta como nunca antessucedió. Al menos el requisito primero, elecciones libres y libertades civiles, estáen expansión. Cierto es que el alcance de estas prácticas básicas no es el mismo entodas las latitudes y su vigencia es muy variable según la condición social. Tambiénhay aspectos heredados, realidades corporativas y vínculos de sometimiento quepersisten en el desafío a la expansión democrática, y nuevas desigualdades queemergen, pero el cuestionamiento llega a todos ellos. Por cierto, la universalizaciónde la democracia no ha deshabilitado los reclamos de un orden socialmente másjusto y de grandes reformas pero, en lo esencial, estas aspiraciones se han canalizadoen el marco de las sociedades democráticas y no de un providencial ordenalternativo, como era el caso hasta hace poco tiempo.La expansión del orden político democrático —considerado como resultadode la actividad de los hombres librados a su propio juicio y sin ser agentes de unsentido trascendente— conlleva como consecuencia la centralidad de la ciudadanía.Este término, “ciudadanía”, condensa una gama de variaciones, pero pone elacento en lo que es cada vez más frecuente: un espacio de individuos dotados dederechos o que los reclaman, y que constituyen vínculos asociativos e identitarioscambiantes. La experiencia de su vida pública y sus opciones presentes prevalecesobre lo que en ese ámbito han heredado. La desinstitucionalización o quizáslos cambios institucionales a los que asistimos son el resultado de esa actividadciudadana, que es la fuente de sentido de la vida pública.Es decir: la democracia se expande, pero simultáneamente se transfigura.Los formatos de la igualdad y la libertad que los estudiosos de la política daban confrecuencia por adscritos a determinadas instituciones o leyes, están en cuestión.Las clasificaciones o las tradicionales mediciones para distinguir los regímenespolíticos en su calidad, según el grado de aproximación a paradigmas clásicos, serevelan irrisorios.La expansión ciudadana —extensión de derechos de sus titulares y de laautonomía respecto a quién pretenda tutelarlos— tiene como correlato un cuestionamientode los lazos de representación en los diferentes órdenes de la organización89

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