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JESÚS MARTÍN BARBEROla guerra. Los políticos atrapados en una habladuría incapaz de hacerse cargo de lacomplejidad de los conflictos y las demandas que plantea el país, incapaz de visualizarlos modos como el país quisiera ser reconocido regional, racial y generacionalmente.Y junto a esa inflación de la palabra política, junto a tanta palabra hueca, sealza el silencio de los guerreros: manifestado en el hecho de que la inmensa mayoría delos miles de asesinatos que se producen cada año no sean reclamados, no merezcanla pena de ser reivindicados, es decir, no tengan el más mínimo relato. Se tiranlos cadáveres en el campo, en los ríos, al borde de las carreteras o en las avenidasurbanas, y lo único parecido a una palabra que se queda en el mero gesto mudo, sonlas marcas de la crueldad sobre los propios cuerpos de las víctimas (Uribe, 2004).Silencio tenaz de los guerreros de un bando y de otro, y del otro también. Silenciotanto o más sintomático que la impunidad, pues el que no haya una palabra quese haga cargo de la muerte infligida tiene quizás una resonancia más ancha que elhecho de que no se juzgue al asesino: la ausencia de un relato mínimo desde el quepodamos dotar de algún sentido a la muerte de miles de conciudadanos.Y entre el “blablabla” y el silencio operan la agenda y el orden que ponen losmedios. Pero ¿de dónde les viene a los medios ese poder? Pues la verdadera influenciade los medios masivos, y especialmente de la televisión, reside en hacer parte de laformación de imaginarios colectivos, pero esa capacidad de mediación no provienetanto de su desarrollo tecnológico o de la modernización de sus formatos, provienesobre todo del modo como una sociedad se mira en un medio, de lo que de él espera, y de loque le pide. Y lo que las mayorías le piden hoy a la radio, y muy especialmente a latelevisión (Martín-Barbero y Rey, 1999) se halla profundamente ligado a lo que lasinstituciones del Estado y de la sociedad civil, la Iglesia o la escuela no han podido ono han sabido darle. Dicho de otra manera, es imposible saber lo que la televisión lehace a la gente si desconocemos las demandas sociales y culturales que ésta hace a latelevisión. Y esas demandas tienen que ver no sólo con lo que hace la televisión en símisma, esto es, con su entramado tecno-ideológico y su dispositivo comercial, sinotambién con las necesidades y las frustraciones que la gente vive en la humillacióncotidiana, en la inseguridad ciudadana y el desarraigo cultural, y también con elansia de una vida mejor no reducible al arribismo, con la capacidad de burlar lasexclusiones y de meterle humor e ironía a la tragedia. Pero para eso necesitamosasumir que, aun dominados por la lógica mercantil, los medios de comunicaciónoperan como espacios de visibilidad y reconocimiento social. Y es en relación con losdiversos ámbitos y prácticas del reconocimiento ciudadano como es posible evaluarla acción que ejercen y los usos que la gente hace de los medios.Todo lo cual conduce a la pregunta de fondo: ¿qué país se hace visible enlos medios masivos y qué país es invisibilizado en ellos? O siguiendo la pista deBeatriz Sarlo (1996: 60), “a costa de qué olvidos recordamos”.¿A costa de qué imágenes de la violencia se invisibiliza el país que la sufrey las causas de su delirante ferocidad? En las imágenes hay tanta capacidad de125

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