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JESÚS MARTÍN BARBEROprovendría de la emancipación de la mujer, con lo que la pesadilla sería sólo paralas aristócratas.A mediados de los años noventa del siglo xx Bogotá era una ciudad —“mojaday sucia, fragmentada, peligrosa y desquiciada”, según un cronista— conuna población aproximada de siete millones (mal contados), que en los últimosveinte años había vivido un proceso galopante de disminución de sus habitantesautóctonos y una acelerada heterogeneización de su poblamiento por el aluvión degente procedente de todas las regiones del país, y últimamente con la mayor partedel millón y medio de desplazados por la guerra. A la permanente informalidad desus procesos de urbanización —permanente construcción y destrucción, precariedadde la malla vial, deficiencia en los servicios y caos del trasporte público— seañadía la discriminación topográfica: su división entre el norte “de” los ricos y el sur“para” los pobres, entre el territorio de los conjuntos residenciales cerrados y losbarrios de pobres a medio hacer llenos de emigrantes y desplazados; una ciudadcon ausencia de espacios públicos disfrutables colectivamente y la presencia deenormes espacios “vacíos” con un gran deterioro físico y social. La narrativa de sucaos agregaba a ese mapa este otro, cuyos ejes eran, uno: a la cantidad de muertes ylesiones violentas que mostraban sus altos índices de criminalidad e inseguridad, seañadían las fortísimas violencias en los ámbitos vecinales, privados e íntimos, quees donde operan las “deudas” y las venganzas, el maltrato doméstico y los delitossexuales; y dos: “sus habitantes transitaban entre la casa y el lugar de trabajo comosi lo hicieran por entre un túnel” (Niño Murcia, 1998; Thomas, 1996: 413; Uribe,1996: 391-408), atentos sobre todo a cualquier indicio de peligro y por tanto sinenterarse de lo que pasaba en el entorno.Pero esa misma Bogotá eligió para alcalde en 1995 al exrector de laUniversidad Nacional, matemático y filósofo, Antanas Mockus —de padreslituanos que huyeron de la guerra en su país primero a Alemania y después aColombia—, quien se presentó de candidato sin el apoyo de ningún partidopolítico y casi dobló en votos a su mayor oponente, formando su gobierno conindependientes y gente proveniente de la academia. Esa decisión transformaríaradicalmente el futuro de Bogotá. El lema de su campaña fue realmente el de sugobierno: formar ciudad (Mockus, 1995). Ello significaba tres cosas: lo que da suverdadera forma a una ciudad no son las arquitecturas ni las ingenierías sino losciudadanos; para que ello sea posible los ciudadanos tienen que poder re-conocerseen la ciudad; ambos procesos se hallan implicados en otro: el de hacer visible laciudad como un todo, es decir, en cuanto espacio/proyecto/tarea de todos. Si antesla ciudad era invisibilizada por sus múltiples desastres y los mil fallos desde los queafecta cotidianamente a la gente —fallos en el acueducto, la energía eléctrica, eltransporte, etc.—, de lo que se trató fue que la mirada cambiara de foco, y pasara apercibir las deficiencias no como un hecho inevitable y aislado sino como el rasgode una figura deformada en su conjunto, esto es, deforme, sin forma.127

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