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MATERIALES PARA UNA NUEVA AGENDAese desecho social que conforman las bandas juveniles, esas que desde los barriospopulares llevan la pesadilla —en las formas del sicario en moto, pero tambiénen las del rock y el rap— hasta el centro de la ciudad y sus barrios bienhabientes ybienpensantes. La visualidad de los jóvenes emergerá cada día más fuerte de lasvoces de esos nómadas urbanos que se movilizan entre el adentro y el afuera de laciudad montados en las canciones y sonidos de los grupos de rock, como Ultrágenoy La Pestilencia, o en el rap de las pandillas y los parches de los barrios de invasión,vehículos de una conciencia dura de la descomposición de la ciudad, de la presenciacotidiana de la violencia en las calles, de la sin-salida laboral, de la exasperación ylo macabro. En la estridencia sonora del heavy metal y en las barrocas sonoridadesdel concierto barrial de rap los juglares de hoy hacen la crónica de una ciudad enla que se hibridan las estéticas de lo desechable con las frágiles utopías que surgende la desazón moral y el vértigo audiovisual.Siguiendo esa pista, pero ensanchándola para dar cabida a la más desconcertantede las paradojas que dinamizan las visualidades jóvenes, Pilar Riaño nosdes-cubre en una larga investigación lo siguiente: mientras vivimos en uno de lospaíses donde hay más muerte, la sociedad busca sin embargo compulsivamenteborrar sus signos, sus huellas sobre la ciudad, los jóvenes de Medellín hacen de lamuerte una de las claves más expresivas de su vida. Primero visibilizándola conbarrocos rituales funerarios y formas múltiples de recordación que van de las marchasy procesiones, de los grafittis y monumentos callejeros, a las lápidas y collagesde los altares domésticos; y segundo, transformándola en hito y eje organizador delas interacciones cotidianas y en hilo conductor del relato en que tejen sus memorias.He ahí el rostro más oculto de una juventud machaconamente acusada de frívola yvacía. Pues en un país donde son tantos los muertos sin duelo, sin la más mínimaceremonia humana de velación, es en la juventud de los barrios pobres, populares,con todas las contradicciones que ello conlleve, donde encontramos —por másheterodoxas y excéntricas que ellas sean— verdaderas ceremonias colectivas deduelo, de velación y de recordación. Entre los jóvenes de barrio en Medellín “lo quemás se recuerda son los muertos”, y ello mediante un habla visual que no se limitaa evocar sino que busca convocar, retener a los muertos entre los vivos, poner rostroa los desaparecidos, contar con ellos para urdir proyectos y emprender aventuras.Y lo más sorprendente: las prácticas de memoria con las que los jóvenes “significan alos muertos en el mundo de los vivos son las que otorgan a la vida diaria un sentidode continuidad y coherencia” (Riaño, 2006: 101).Y una segunda paradoja que recupera los yacimientos narrativos de esanueva visualidad: la recuperación por parte de los jóvenes urbanos de los másviejos y tradicionales relatos rurales de miedo y de misterio, de fantasmas, ánimasy resucitados, de figuras satánicas y cuerpos poseídos, en “tenaz amalgama” conlos relatos que vienen de la cultura afrocubana y la de los medios, del rock y delmerengue, del cine y del video. Evocadores de “mapas del miedo”, esos relatos y132

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