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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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206 ALí CHUMACERO<br />

es solo la imagen del espíritu; es el espíritu mismo. Verdad es que no<br />

resultan optimistas sus reflexiones. Con justicia, Ramón Rubín habló<br />

de “literatura del desaliento”. No es otra su intención. Su obra —indica<br />

Mónica Manssur— “es una urdimbre de ecos, piedras que rebotan sin<br />

cesar contra las laderas de un barranco, de manera que las ondas sonoras<br />

se cruzan una y otra vez para crear armonías y disonancias”. Y no menos<br />

preciso fue Rulfo, en una entrevista, de las dos o tres que se animó a<br />

conceder, cuando dijo:<br />

Somos criminales por nacimiento. La presencia de la muerte en Pedro Páramo<br />

no fue accidental. Fue simplemente una consecuencia de la atmósfera de<br />

la obra. Los lugares donde situé Pedro Páramo son una zona casi despoblada<br />

por la revolución cristera. Yo nací en esa zona y esos personajes me quedaron<br />

grabados en la memoria. Cuando una vez volví, me di cuenta de que allí<br />

solo vivía la muerte y había voces vivas que eran las que yo guardaba de mi<br />

infancia.<br />

Esas voces, perdidas en el laberinto de los primeros años, se tornaron<br />

en el misterio de la palabra escrita.<br />

El reconocimiento de tales experiencias al surgir en sus recuerdos revela<br />

un aspecto de la situación social prevaleciente entonces en varias<br />

regiones del país, dominadas por la voluntad de un solo hombre: el cacique.<br />

Pedro Páramo, dueño de honras y haciendas, desde el retiro de su<br />

casa aprovecha los afanes de la tierra y de quienes en ella trabajan. En<br />

semejante escenario, el drama de los hombres y mujeres —siempre a un<br />

paso de la muerte cuando no en la muerte misma— se halla entretejido<br />

en distintos planos temporales donde la imaginación oscila del realismo<br />

a la fantasía y del relato crudo a la desleída evocación.<br />

Pedro Páramo se presenta, con apariencia realista, como la historia de<br />

un cacique, pero en verdad es el relato de un pueblo: de una aldea muerta<br />

en donde todos están muertos. Como una emanación, por sus calles<br />

caminan las ánimas del Purgatorio y el viento hace viajar los ecos de<br />

un tiempo que se ha petrificado. Comala “representa el común deno-

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