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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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carlos González peña 347<br />

la invitación al viaje. Para llevar a cabo semejante propósito, González<br />

Peña tiene a su favor, entre otros dones, una extraordinaria capacidad<br />

de síntesis, que lo lleva, con precisión y brillantez aforística, a construir<br />

figuras de pensamiento que en unas cuantas líneas expresan un juicio<br />

sobre una corriente, arrojan luz sobre un autor o descubren una obra que<br />

nadie había tomado en cuenta. Resulta estimulante el experimento de<br />

leer su Historia de la literatura comenzado por el final, el capítulo titulado<br />

“Nuestros días”, que da comienzo con el estallido de la Revolución<br />

y concluye con la naciente generación agrupada alrededor de la revista<br />

Contemporáneos. En sucesivas ediciones de la obra, González Peña llevó<br />

a cabo adiciones y correcciones, y tuvo la fortuna de ver que su esfuerzo<br />

personal por difundir la literatura mexicana era continuado por instituciones<br />

como la Universidad Nacional en su colección Biblioteca del<br />

Estudiante Universitario o el Fondo de Cultura Económica en su serie<br />

Letras Mexicanas.<br />

Desde su conferencia “El Pensador Mexicano y su tiempo”, que,<br />

como antes se dijo, le otorgó su bautismo de fuego en las filas ateneístas,<br />

valerosamente combatió el lugar común que, al papel pionero de Fernández<br />

de Lizardi en la narrativa hispanoamericana, asignaba su inmediata<br />

calidad literaria. Con penetración y honestidad, a lo largo de su conferencia<br />

nuestro autor lanzó juicios que, ese año tan significativo en que se<br />

ensalzaba a los héroes y el pensamiento de nuestra Independencia, deben<br />

haber sido considerados anatemas:<br />

He hablado, señores, del patriota y del periodista, y tiempo es ya de llegar<br />

a la que considero como la parte más espinosa y ardua de esta conferencia:<br />

voy a referirme a Fernández de Lizardi novelador. La mistificación ha durado<br />

un siglo, y no es injusticia derribarla. Me llamaréis ¡iconoclasta! ¡Acepto<br />

el nombre! Cuatro generaciones han callado o disfrazado la verdad, y la verdad<br />

debe decirse: el Pensador fue un mal novelista que no merece el destino<br />

de los inmortales por su valor intrínseco, por su representación literaria en<br />

el arte nuestro… Su importancia es tan solo histórica: ha sido un precursor<br />

y un rebelde. Trajo consigo al campo de las letras un género nuevo, desconocido<br />

casi y no cultivado en aquel entonces: la novela, en contraposición a

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