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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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248 Jaime labastida<br />

la piel de un sacrificado, sabía de modo oscuro que él mismo era ese dios.<br />

Para el hombre de la Edad Mítica, el universo, que hoy dividimos en materia<br />

inerte y materia orgánica, en un ello y un tú, surge bajo la forma de<br />

una estructura con vida y voluntad propias. Los etnólogos del siglo xix,<br />

que no entendieron del todo esa forma de pensar, la llamaron animista;<br />

Lévy-Bruhl la considera mística. Pero el mundo mítico no está lleno de<br />

almas ni responde a ninguna categoría mística: está lleno de vida: en él<br />

rige la ley por la cual la palabra posee una fuerza brutal, que a un tiempo<br />

mata y da la vida y por la que el hombre mantiene vivo al cosmos. El último<br />

Lévy-Bruhl se autocorrige y dice que el hombre de la Edad Mítica<br />

posee dos actitudes (en la vida cotidiana es racional como lo somos nosotros;<br />

pero, ante hechos “extraños”, asume una posición mágica, como<br />

si fuera un esquizofrénico). No es así. Los hechos de su vida cotidiana<br />

están inmersos en un conjunto orgánico y forman con él un sistema sólido<br />

y articulado. El fuego que ese hombre enciende, la salida del Sol,<br />

el movimiento de los astros, la lluvia y la sequía, se explican para él en el<br />

cuerpo de una doctrina mítica coherente.<br />

Por último, subrayo la necesidad de desechar la teoría vulgar de la evolución.<br />

Las estructuras que el hombre crea en el curso de su historia son<br />

absorbidas y matizadas siempre en un nivel superior. El hombre de la<br />

Edad Mítica hizo hallazgos que duran todavía: él domesticó el fuego, las<br />

plantas y los animales que habitan hoy en nuestras casas: su inteligencia<br />

era tan apta o más que la nuestra. El hombre de la Edad Mítica, en Asia,<br />

Australia, Melanesia, Polinesia, África, Europa, América del Sur o del<br />

Norte, estableció la división nítida entre cultura y naturaleza (entre lo<br />

crudo y lo cocido). Estos hombres, por si lo anterior fuera poco, nos heredaron<br />

los cereales y las legumbres que cultivamos: arroz, trigo, maíz,<br />

avena, calabaza. Nuestros animales domésticos son los mismos que ellos<br />

tuvieron: el perro, la res, el camello, el cerdo, la vicuña, la gallina, el<br />

guajolote, el caballo. En Asia, África, Europa, América, los metales que<br />

ellos dominaron son los mismos que tenemos. Ninguna planta, ningún<br />

animal, desde esa época, se ha añadido al acervo de la cultura. Así, en

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