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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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dos poetas cubanos 303<br />

lo que quiere y al mismo tiempo ocultar lo que no desea que se sepa de<br />

su propia vida. En todo caso, es una riquísima historia de la sociedad y<br />

de la cultura habaneras de la primera mitad del siglo xx, centrada en los<br />

opulentos rituales de la aristocracia criolla. También habla de su familia,<br />

una de las más conspicuas de la isla. Su padre, el general Enrique Loynaz<br />

del Castillo, fue combatiente en la guerra de independencia, y escribió<br />

un himno a la patria que según me dicen aun se entona en las escuelas<br />

y en algunas ceremonias oficiales. Ya anciana, Dulce María compiló los<br />

escritos del general y los dio a la imprenta bajo el título de Memorias de<br />

la guerra, libro que tuvo que esperar mucho tiempo para ver la luz, como<br />

ella misma le confiesa, no sin amargura, a González Acosta al quejarse<br />

de que sus propias obras no se editan en Cuba: “La misma obra de mi<br />

padre, bien escrita y útil a la historia del país, aún sigue engavetada al<br />

cabo de once años de entregada”. Sus hermanos, Carlos Manuel, Enrique<br />

y Flor, también eran poetas y, a diferencia de Dulce María, que al<br />

parecer fue la única cuerda de la familia, llevaban una vida iconoclasta,<br />

concordante con el espíritu de las vanguardias europeas de entreguerras:<br />

entre otras extravagancias suyas, se cuenta que alteraban radicalmente<br />

los horarios convencionales, pues vivían de noche y dormían de día,<br />

como ciertos personajes de Alejo Carpentier. Dicen que en ellos se inspiró<br />

el novelista para escribir El siglo de las luces. Federico García Lorca<br />

trabó amistad con los hermanos Loynaz en sus visitas a La Habana y a la<br />

casa familiar llegaban poetas de renombre internacional, como Gabriela<br />

Mistral o Juan Ramón Jiménez, quien pasó buena parte de la guerra civil<br />

española en Cuba.<br />

Al triunfo de la revolución, Dulce María Loynaz, que durante su juventud<br />

había viajado por todo el mundo —Siria, Egipto, Turquía, Europa,<br />

Estados Unidos, Sudamérica—, no dejó su país natal, como lo hicieron<br />

muchos de su clase y condición, entre ellos, familiares cercanos y su propio<br />

esposo, Pablo Álvarez de Cañas. Nara Araujo, entendida como nadie<br />

en la obra de Loynaz y persona muy cercana a la escritora, cuenta que un<br />

poeta de dimensión nacional y de la vieja militancia en la izquierda, del

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