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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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dos poetas cubanos 299<br />

mujer del Eliseo: “Músicos, poetas, trapecistas, ginecólogos apasionados,<br />

barítonos, tenores, dibujantes, escultores, empresarios de circo, cinéfilos,<br />

buscavidas, artistas de vodevil y hasta un campeón de charlestón en patines<br />

animaban un universo familiar donde no había cabida para el eclipse<br />

de la tristeza o la borrasca de la desilusión”. Así que el poeta nos recibió<br />

con una amabilidad acostumbrada por generaciones a la recepción, mas<br />

no por ello rutinaria. Yo había conocido a Eliseo Diego desde el primer<br />

viaje que hice a La Habana en el 74 y lo había vuelto a ver en México,<br />

cuando vino, invitado por Difusión Cultural de la unam, a impartir un<br />

cursillo en la Facultad de Filosofía y Letras, pero esta fue la primera<br />

vez que conversé con él en la intimidad de su propio espacio y al margen<br />

de la vida protocolaria, a la que era tan esquivo. Lo recordaba más<br />

corpulento y más sonoro. Quizá el tiempo, que era su única posesión al<br />

final de la vida, lo había enjutado un poco. O tal vez era la cercanía con<br />

la que lo trataba por primera vez la que me lo presentaba más pequeño.<br />

Su voz, apagada por el tabaco y por una respiración dificultosa, ahora<br />

concordaba más con las tonalidades serenas y pausadas de su poesía. La<br />

inteligencia, la ironía, el whisky le abrillantaban la mirada, que a veces se<br />

perdía entre las volutas del humo de la pipa y los recuerdos. Habló largamente<br />

de la poesía de lengua inglesa —Marvell, Blanco White, Chesterton,<br />

Yeats— con la sencillez de quien, gracias al ejercicio del difícil arte<br />

de la traducción, viene de regreso de sus complejidades. Bella fumaba y<br />

leía sentada al escritorio que se encontraba en la misma sala de la casa,<br />

Fefé entraba y salía de la habitación con discreción de ángel y nosotros<br />

conversábamos y tomábamos whisky como si fuéramos parte de la familia,<br />

mientras los muchachos saludaban y se despedían sucesivamente sin<br />

alterar la tranquilidad de la tarde.<br />

Al final, cuando empezaba a anochecer, Eliseo le pidió a Fefé que trajera<br />

el juego de mesa que él mismo había inventado y construido cuando<br />

niño. Era un tablero de cartoncillo sobre el que había dibujado, en<br />

colores antaño distintivos y ahora igualados por el tiempo, las figuras<br />

de guerreros pertenecientes a dos bandos enemigos. Durante un rato,

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