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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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las ciencias de la caballería andante 401<br />

pintadas y barnizadas como de jaspe. Por algo nuestro héroe literario<br />

habla de una vihuela “para acompañar algunas estancias del Ariosto”.<br />

En Cremona, en los primeros lustros del siglo xvii, la familia de Nicola<br />

Amati preparaba las más delicadas maderas y los mejores barnices para<br />

la futura construcción de violines y violas, de violonchelos y violas da<br />

gamba. Tiempo después, los estradivarius y las guarnerius serían los descendientes,<br />

en aquellos talleres de laudería, de los más apreciados amati.<br />

La nueva armonía, las anticipaciones del estro armónico, también ingresaban<br />

a la modernidad.<br />

Aunque de menos importancia, así lo indicaban aquellos tiempos, en<br />

el Quijote también aparece una ciencia oculta aún más peligrosa que la<br />

astrología. Se trata de los hacedores del fuego, de aquella alquimia dueña<br />

de tantos secretos: los “únicos poseedores” del proceso para transformar<br />

los troncos viles en metales nobles, del conocimiento del elíxir de la existencia,<br />

las aguas de la eterna juventud y el perfeccionamiento del cuerpo<br />

humano a través del trabajo alquímico. Por ejemplo, en la Segunda Parte,<br />

en el capítulo lxii, el de la cabeza encantada, después de tender la vista<br />

por todas partes: “vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecioles<br />

espaciosísimo y largo”, “el mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro”,<br />

en unas cuantas palabras, con la sabiduría de aquellos que defendían la<br />

dependencia de todos los fenómenos naturales, Cervantes nos dice: “así<br />

como el fuego no puede estar escondido y encerrado, la virtud no puede<br />

dejar de ser conocida”. En el mismo capítulo, se le dice a don Quijote:<br />

“Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte<br />

de toda la caballería andante” y, además, entre las músicas que alegraban<br />

el oído al son de chirimías y atabales, ruido de cascabeles, allá el mar y<br />

las galeras que estaban en la playa, también sonaban clarines y trompetas<br />

que llenaban el aire de suaves y belicosos acentos.<br />

Más adelante, después de la música de viento, señales astrológicas y<br />

observaciones del fuego —huidizo, imposible de ocultarse—, Cervantes<br />

nos describe una imprenta: “vio tirar en una parte, corregir en otra,<br />

componer en esta, enmendar en aquella, y, finalmente, toda aquella má-

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