MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

300 Gonzalo celorio
animados por el whisky, jugamos a la guerra en la santa paz de la vida
doméstica.
No me sorprende que Lichi se refiera a su padre, aun por escrito, con
el simple nombre de papá.
Si el poema Olmeca, con el que puso punto final a su escritura, denota
la pareja alegría de vivir y de morir, su testamento poético nos deja todo
el tiempo para recordarlo y para quererlo:
dulce maría loynaz
no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;
decido hacer mi testamento.
Es
este: les dejo
el tiempo, todo el tiempo.
Una tarde de febrero de 1995, Hernán y yo tuvimos el privilegio de visitarla
en su emblemática casa de la calle 19 del Vedado, que hace esquina
con E, una calle originalmente llamada de los Baños, que es de las más
literarias de La Habana, pues en ella habían vivido Eliseo Diego (E y
21), Alejo Carpentier (E y 11) y seguía viviendo, apartada del mundo,
Dulce María Loynaz (E y 19).
Nuestro pasaporte era una pequeña antología de la poesía de Dulce
María Loynaz que Hernán y yo habíamos editado en el año 91, por
iniciativa de Alejandro González Acosta, académico cubano avecindado
en México, quien obtuvo el permiso de la autora para publicarla, hizo la
selección de los poemas y redactó la nota introductoria. Ese fue el primer
libro de la escritora cubana que salió a la luz en México. Su mérito
editorial consistía en que se había publicado con anterioridad a que Dulce
María recibiera de manos del rey Juan Carlos I de España, en 1992,