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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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UNA LECTURA <strong>DE</strong> TANTAS 221<br />

—¡Buenas noches! —me dijo.<br />

La seguí con la mirada. Le grité:<br />

—¿Dónde vive doña Eduviges?<br />

Y ella señaló con el dedo:<br />

—Allá. La casa que está junto al puente.<br />

Me di cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca<br />

tenía dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar, y que sus<br />

ojos eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra.<br />

Unas páginas adelante, confirmo algo que entreví en una lectura anterior.<br />

Al principio de la novela, la abuela de Pedro Páramo, niño todavía,<br />

le ordena:<br />

Sería bueno que fueras a ver a doña Inés Villalpando y le pidieras que nos lo<br />

fiara para octubre. Se lo pagaremos en las cosechas.<br />

Leo un rato después, en uno de los últimos fragmentos:<br />

La madre de Gamaliel Villalpando, doña Inés, barría la calle frente a la tienda<br />

de su hijo, cuando llegó y, por la puerta entornada, se metió Abundio<br />

Martínez.<br />

Antes no lo había visto: la mujer que al final de la novela le vende al<br />

arriero el alcohol que lo emborrachará antes de que acuchille a Damiana<br />

Cisneros —no a Pedro Páramo, como tantas veces hemos dicho; hoy me<br />

doy cuenta— “Deme el otro cuartillo, madre Villa. Y si me lo quiere dar<br />

sobradito, pos ahí es cosa de usté...” es la misma que al comienzo le presta,<br />

a Pedro niño, un cernidor y una podadera, y le fía un gusano para el molino<br />

y un metro de tafeta negra, para hacer el moño que, encimado sobre<br />

el del padre, llora la muerte del abuelo —¿o es al revés?—. Leo adelante:<br />

Se levantó despacio y vio la cara de una mujer recostada contra el marco de<br />

la puerta, oscurecida todavía por la noche, sollozando.<br />

—¿Por qué lloras, mamá? –preguntó; pues en cuanto puso los pies en el<br />

suelo reconoció el rostro de su madre.

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