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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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las ciencias de la caballería andante 397<br />

pero también es clasificación, observación, experimentación, inducción<br />

y deducción. Y el estudio del cuerpo humano también va buscando nuevos<br />

caminos. Por aquel entonces, hablar de las estrellas es insistir en el<br />

destino de los seres humanos, y la descripción de un jarabe, de un aceite,<br />

de una pócima, está vinculada a la presencia de buenos o malos espíritus.<br />

Y lo mismo podríamos decir de la numerología, la quiromancia<br />

y la oniromancia. De una u otra manera, la magia, la superstición, la<br />

superchería, la preocupación por las ánimas, entre tantos aspectos de las<br />

ciencias ocultas, están presentes en el habla popular.<br />

Don Miguel de Cervantes, recreador de mundos —en sus venas corría<br />

el tiempo de la esperanza—, conocía como pocos esos lenguajes de<br />

“tantos sucesos dignos de saberse y de contarse”. Por eso precisamente,<br />

el Ingenioso Hidalgo habla una y otra vez del vuelo de la favorable<br />

fortuna, de los endemoniados instrumentos y de las almas santas que<br />

subieron vivas. Al insistir en el cielo que la gloria da, en los beneficios de<br />

los astros, en el cielo que nos “ordena de tal manera”, o en “las estrellas<br />

y soles que acompañan el cielo que vuestra merced trae consigo”, Cervantes<br />

recoge esas creencias relacionadas con el ánima del cosmos, las<br />

influencias que recibimos de los astros en la vida cotidiana. Su gran personaje,<br />

ese “señor de armas y lugares”, va y viene de los encantamientos<br />

al “mal influjo del paso de las estrellas”, al aparecimiento de su ánima<br />

“ante Dios como ella parece a mi albarda, y no jaez”, a la reverencia de las<br />

sombras y a los demonios que habitan en un castillo. No se olvida de<br />

“ese recelo de no alcanzar desde la tierra el cielo” ni del “sabio encantador<br />

que lo desencantase”. Y pone en tela de juicio esos conocimientos, al<br />

decirnos “pero haga el cielo”; hasta los encantadores son médicos; cuidado,<br />

pues el Diablo es un grandísimo bellaco, y alejémonos de “toda esa<br />

nigromancia que supo su primer inventor Zoroastes”.<br />

Del principio al final, entre ensoñaciones e influjos estelares, de un<br />

capítulo a otro, del narrador omnisciente al diálogo de sus protagonistas,<br />

entre evasiones y supercherías, don Miguel de Cervantes nos va entregando<br />

los sabios conocimientos de la caballería andante. Por aquí y por

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