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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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302 Gonzalo celorio<br />

la sobrina se apersonara en la puerta. Eran perros plebeyos, que contrastaban<br />

notablemente con la aristocracia de la casona del Vedado. Pasamos<br />

al recibidor. Piso de mármol, candiles de cristal, cortinajes, tibores chinos,<br />

candelabros de bronce y figuras de porcelana sobre las mesas, bodegones<br />

flamencos en las paredes, mecedoras de bejuco y un gran sillón de<br />

tapiz floreado con garras de león a manera de patas y carpetas de encaje<br />

de Bruselas en los brazos y el espaldar. La sobrina se ausentó por unos<br />

momentos, y a la comitiva canina que nos recibió en la puerta de la calle<br />

se sumaron otros perros del mismo linaje callejero, que nos husmeaban<br />

sin dar tregua a la excitación que nuestra visita les provocaba.<br />

Al cabo de un rato, hizo su aparición Dulce María Loynaz, acompañada<br />

de su sobrina. Tenía a la sazón 93 años. Vestía un batón azul<br />

y calzaba, sobre unas medias de un blanco inmaculado, unos zapatos<br />

negros que se hubieran antojado masculinos a no ser por sus dimensiones<br />

diminutas. Se apoyaba en un bastón y tenía puestos unos anteojos<br />

redondos de carey que al parecer de muy poco le servían. Prácticamente<br />

estaba ciega. Sus manos, blanquísimas y muy delgadas, se correspondían<br />

con una cabellera rala y totalmente blanca que se recogía en un chongo<br />

de abuelita. Nos ofreció las mecedoras y ella se sentó en el sillón, con el<br />

bastón en el regazo. Los perros se arremolinaron a su derredor y alguno<br />

de ellos se orinó tranquilamente a los pies de la poeta, sin que ella se<br />

inmutara. Pidió disculpas por su ceguera y muy pronto identificó nuestras<br />

respectivas voces para dirigirse a cada uno de nosotros de manera<br />

diferenciada.<br />

Me impresionó su deslumbrante lucidez. Con palabras comedidas y<br />

en perfecta ilación, agradeció nuestra visita, la caja de bombones que le<br />

llevábamos de regalo, y la publicación de otro libro suyo, Fe de vida, que<br />

habíamos coeditado con la Editorial Letras de Cuba.<br />

Fe de vida es una biografía de su esposo, Pablo Álvarez de Cañas, un<br />

destacado cronista de sociales de los tiempos anteriores a la revolución.<br />

En él, Dulce María cuenta, efectivamente, la vida de su marido, pero<br />

también es una autobiografía indirecta, que le permite decir de sí misma

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