MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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angustias y desvelos, sus enamoramientos, ritos y congojas. Surge el contexto
histórico-literario del maestro tan resignado a su propia vida, tan
entregado, tan parpadeante, “el silencioso, el callado, el solitario” según
se nos describiera, en lo físico, dentro de ese “gran cuerpo, robusto hasta
cierto punto, acompañado por su larguinariz, el cabello oscuro, lacio y
abundante, sus gafas de carey caladas desde donde apenas se trasluce una
mirada grave”, y, en lo anímico, “tímido si algunos así lo piensan, severo
y respetuoso para los más, pero franco, incapaz de la mentira o el agravio,
recio como el roble que representa”.
Arturo Azuela recorre nuestra literatura a grandes trancos, desde los
Contemporáneos en adelante, con una sensibilidad muy suya, introspectiva
—¿herencia del abuelo?— haciéndonos comprender cómo en un
momento determinado la ruta vira como si tuviese un escape imprevisto,
azuzada la fragancia de la realidad por un haz de nuevos ejecutantes
que nos acercan más a lo insospechado, desusado o sorprendente, lo no
escondido también, en grupo tan selecto como el que configuran José
Revueltas, Rubén Romero Flores, Francisco Rojas González y Mauricio
Magdaleno, más el remate esencial de Juan José Arreola y Juan Rulfo. Se
nos antoja que, de repente, Agustín enfoca la totalidad de los géneros
literarios, quizá con excepción de la poesía, aunque debemos recapacitar
si consideramos su lenguaje dentro de lo poético, universalista desde luego,
porque encuentra en él la impregnación de un sabor dulce, sensible y
sensual. En Agustín existe una gran inventiva, un andamiaje —según el
autor del texto que exploramos— donde recrea “las características esenciales
de un momento determinado en el pasado nacional”. Solo que no
descuida lo que José Luis Martínez llama “la indagación del alma mexicana”
cuando concentra a personajes tan definidos y definitivos como
Lucas Macías, el filósofo aldeano de Al filo del agua, personaje en verdad
clarividente según Arturo, encajonado entre las protagonistas femeninas,
vulgo mujeres, María y Marta desde luego, que más que figuras o siluetas
son retratos, y no hablados, sino exprimidos hasta la médula de sus
huesos, dentro de la carne del cuerpo y el fluir del espíritu, sin olvidar un