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María B. Stegmayer<br />

límite traspasado. Pero es también, el dos, el paso mismo, el que marca<br />

el tránsito reciente al siglo veintiuno, lo que pue<strong>de</strong> leerse en el 2666. Si<br />

el siglo veinte lleva la marca <strong>de</strong> la violencia, asesina y revolucionaria, y<br />

la amarga problemática <strong>de</strong>l límite que pesa sobre ambas, el dos interroga<br />

también esa duplicidad. El carácter doble <strong>de</strong> toda violencia es también la<br />

doble dirección <strong>de</strong> la flecha que acompaña todas sus manifestaciones, es<br />

<strong>de</strong>cir, las ruinas que la violencia <strong>de</strong>ja a su paso; una flecha que se tensa<br />

hacia los extremos más extremos <strong>de</strong>l pasado y <strong>de</strong>l futuro.<br />

Como ya había anotado Benjamin, la existencia histórica o el mundo<br />

profano coinci<strong>de</strong> con la inextirpable transitoriedad. En este punto es<br />

que naturaleza e historia componen la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> historia natural, como una<br />

corrección que se propone <strong>de</strong>sactivar o interrumpir dos violencias contrapuestas<br />

pero reversibles: la <strong>de</strong>l historicismo y la <strong>de</strong>l positivismo como dos<br />

modos en que la filosofía no ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ejercer violencia contra eso que<br />

llamamos lo Real, ese mundo objetivo, complejo y múltiple que, lacunoso,<br />

resiste la apropiación o la domesticación conceptual. La estrategia <strong>de</strong> lectura<br />

que Benjamin llama historia natural, afecta a la propia estructura <strong>de</strong><br />

aquello que se entien<strong>de</strong> por totalidad. Puesto que la totalidad no es actual,<br />

el alegorista –que es el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> lector que construye Benjamin para su<br />

filosofía <strong>de</strong>l arte– <strong>de</strong>be vincular los fenómenos con un origen que está irremediablemente<br />

perdido, que no pue<strong>de</strong> hacerse presente a fuerza <strong>de</strong> ningún<br />

recurso. Por eso no se trata <strong>de</strong> una reconstrucción empírica ya que el origen<br />

es algo <strong>de</strong> otro or<strong>de</strong>n, <strong>de</strong> por sí heterogéneo al mundo fáctico y mucho<br />

menos una categoría cronológica. Eso que Benjamin llama origen tiene un<br />

rostro prehistórico y otro posthistórico. Se trata <strong>de</strong> poner al fenómeno en<br />

relación con su ya no y con su todavía no, en este espacio –no garantizado<br />

por las formas disponibles <strong>de</strong>l saber– se juega la i<strong>de</strong>a benjaminiana <strong>de</strong> re<strong>de</strong>nción.<br />

Ahora bien, si no es posible conocer el origen, sí pue<strong>de</strong> conocerse<br />

la distancia <strong>de</strong>l presente, <strong>de</strong>l mundo histórico, en relación a ese origen perdido.<br />

Esta reserva, radicalmente negativa, acierta a mostrar la diferencia<br />

como diferencia o perpetuo diferir, el modo singular en que el fenómeno<br />

está, por así <strong>de</strong>cirlo, expulsado <strong>de</strong> la totalidad o <strong>de</strong> otro modo, el modo en<br />

que se encuentra siempre diferido, corrido, inquieto, respecto <strong>de</strong>l lugar que<br />

se le querría asegurar en ella. En este sentido el fenómeno es siempre fragmento:<br />

es algo quebrado, fracturado, <strong>de</strong>struido y la urgencia se plantea en<br />

un hacer que tiene por objetivo el rescate y no el dominio <strong>de</strong> esos pedazos.<br />

A esta tarea se aboca la consi<strong>de</strong>ración alegórica <strong>de</strong> la historia como historia<br />

sufriente <strong>de</strong>l mundo. La alegoría vive siempre un tiempo póstumo. De ahí<br />

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