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de los ejecutores se rehúse a cumplir su tarea, surge otro que en su
lugar la desarrollará, sin que se perjudique la realización del plan
total.
En estos casos son los jefes, los dirigentes o los directores, quienes
de manera exclusiva detentan el dominio de los acontecimientos
mediante la utilización de una estructura organizada de poder, y eso
es lo que finalmente determina su condición de autores mediatos de
los delitos así cometidos. Caracteriza entonces a esta figura el
dominio que posee quien maneja facultativamente el sistema, no
dirigido a una voluntad concreta sino a una indeterminada, pues
cualquiera que sea el ejecutor material de la orden delictiva, el
hecho como tal tendrá existencia.
En la autoría mediata a través de aparatos organizados de poder, se
hace necesario el cumplimiento de tres requisitos: el dominio de la
organización (autores de escritorio), la fungibilidad del ejecutor y la
actuación de estos supuestos al margen de la legalidad; lo que no
implica que los actores deban pertenecer a grupos ilegales, sino que
las actividades que desplieguen se hallen por fuera del amparo
normativo, debiendo quedar claro la fungibilidad del ejecutor, dado
que el autor mediato no depende de un ejecutor concreto, como en
el caso del inductor.
Dependiendo de la rigidez de la organización y la ubicación en la
cadena de mando, es factible que alguno conserve algún dominio de
su propia acción y hasta el codominio de la organización en algún
grado. Pero la eventual renuencia de alguno de estos eslabones no
garantiza que el resultado no se obtendrá.
En esa estructura criminal se presenta, entonces, una situación de
coautores mediatos, con variados niveles de jerarquía y de