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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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SÓCRATES NOLASCO | EL CUENTO EN SANTO DOMINGO – <strong>TOMO</strong> I<br />

<br />

Todo esto lo recuerda Nena mientras prepara el cotidiano ramo <strong>de</strong> rosas para la tumba<br />

que luce a un lado <strong>de</strong>l rancho agujereado.<br />

No han importado los soles implacables, las lluvias <strong>de</strong> mayo, el polvo <strong>de</strong> septiembre.<br />

Cada día, mientras el crepúsculo dora las copas altas <strong>de</strong> las guásimas, y los burros retozan<br />

en la tierra, y las gallinas acezan por el calor y la sequía, esta mujer <strong>de</strong>sgarbada, flaca como<br />

cerbatana, eleva su cántico y <strong>de</strong>ja una oración enterrada en el paisaje <strong>de</strong> La Culata.<br />

Ella convive con el muerto. Le habla. Dialoga con la tumba en las noches <strong>de</strong> luna, y cuida<br />

sus <strong>de</strong>spojos con cariño enfermizo, arrancándole los hierbajos <strong>de</strong> cun<strong>de</strong>amor o cadillo que<br />

rastrean al lado <strong>de</strong>l montículo.<br />

Cuando realiza estos menesteres su cara manifiesta regocijo, y sus dientes largos surgen<br />

amarillentos, triturando la breva que masca tesoneramente.<br />

De lejos, escondidos en las cejas <strong>de</strong> monte, los muchachos en cuero <strong>de</strong> los villorrios colindantes<br />

la contemplan asombrados, y corren a los ranchos llevando la noticia. Y las viejas<br />

atacadas <strong>de</strong>l reuma, y las comadres, y los haraganes maridos, y la parida, y la doncella, se<br />

santiguan, temerosos. Y exclaman:<br />

—¡Animamea! ¡Jesú Manífica!<br />

Mientras los viejos murmuran por lo bajo:<br />

—¡Jú! Eto no e cosa <strong>de</strong> ete mundo. De momento Nena va a salí volando prendía en<br />

can<strong>de</strong>la…<br />

<br />

Nena no se conformaba con su soledad, con el <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> su hombre. Y le trituraba el<br />

ánima el saber que Cecilia gozaba <strong>de</strong> sus favores y sus aventuras y correrías. Y vivía apegada<br />

a su recuerdo. Y se tornaba más triste su rostro. Y su cuerpo, antes vigoroso, volvióse flaco<br />

en el cambio <strong>de</strong> una luna, y sus ojos, antaño expresivos, adquirieron un brillo acerado que<br />

sorprendía. Ella y su rancho se hermanaron en el infortunio.<br />

<br />

Y he aquí que Lico, el bandolero <strong>de</strong> caminos, fuerte como el odio, tenaz como el dolor,<br />

se internó hacia el Norte. Asoló las comarcas <strong>de</strong> Hato Nuevo y La Piña, y los villorrios<br />

<strong>de</strong>snutridos sintieron en su <strong>de</strong>smirriada expresión el paso <strong>de</strong> muerte <strong>de</strong> aquel emisario<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio.<br />

El miedo creció como fuego en hojarasca. Y la leyenda llenaba <strong>de</strong> espanto los caminos.<br />

Nadie osaba cruzar las rutas, aun en noches <strong>de</strong> luna. Y los lugareños sentían escalofrío<br />

cuando pronunciaban aquel nombre. Porque Lico Bueyón regalaba un pasaporte seguro<br />

hacia la muerte.<br />

Pero la ley la hicieron los hombres para los hombres. El Comisario Basilio Peña, <strong>de</strong> San<br />

Juan <strong>de</strong> la Maguana, era duro como róqueda o páramo. Tenía las cejas pobladas, el bigote<br />

crecido. Sus largos brazos <strong>de</strong> simio le rozaban las rodillas, y aunque pequeño, <strong>de</strong> cuello<br />

abotagado, poseía una voluntad <strong>de</strong> hierro. En su fabla gangosa ponía <strong>de</strong> manifiesto lo ladino<br />

<strong>de</strong> su espíritu.<br />

Para su disciplina la ley era la ley y había que cumplirla, <strong>de</strong> todos modos. Y hasta su<br />

celo llegó la noticia <strong>de</strong> las correrías <strong>de</strong> Lico Bueyón. Y sintió que el <strong>de</strong>stino ponía a prueba<br />

su eficiencia.<br />

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