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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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CoLECCIón PEnSaMIEnto DoMInICano | Vo l u m e n II | CuEntoS<br />

por una cólera que ningún hombre corriente podía sentir. Por encima <strong>de</strong>l rugido <strong>de</strong>l agua<br />

oía su voz.<br />

—¡Maldito, río maldito! –exclamaba.<br />

Des<strong>de</strong> la orilla, yo llamaba a Justo a gritos. otro lomo <strong>de</strong> agua se acercaba rugiendo a aquel<br />

hombre que se retorcía y se agitaba en medio <strong>de</strong>l Yuna. Vi el agua acercarse a él hirviendo,<br />

espumeando, enrollándose, mordiéndose a sí misma. aquella mole pardusca avanzaba <strong>de</strong><br />

una orilla a la otra, y las piedras <strong>de</strong> las orillas saltaban como hojas y el barro se <strong>de</strong>shacía al<br />

contacto con aquella fuerza ciega. Vi el agua acercarse y vi el gesto <strong>de</strong> ira que endureció por<br />

última vez las facciones <strong>de</strong>l hombre. todavía alzó el machete una vez más, y un tronco que<br />

rodaba llevado por la corriente se interpuso entre él y mis ojos. Justo Félix, que había legado<br />

a mi lado, gritó, haciendo rebotar el grito <strong>de</strong> orilla en orilla.<br />

—¡Balbinoooo… Sal, Balbinooooo!<br />

Pero Balbino no salió.<br />

Cinco días <strong>de</strong>spués, cuando bajó la crecida, se vio que el cauce <strong>de</strong>l río había cambiado y<br />

las quince tareas <strong>de</strong> Balbino Coronado habían quedado libres <strong>de</strong> agua y listas para levantar<br />

un buen conuco. Sin embargo, hasta don<strong>de</strong> me informaron, se quedarían sin dar fruto porque<br />

Balbino Coronado no tenía quien lo heredara.<br />

La bella alma <strong>de</strong> don Damián<br />

Don Damián entró en la inconsciencia rápidamente, a compás con la fiebre que iba subiendo<br />

por encima <strong>de</strong> treinta y nueve grados. Su alma se sentía muy incómoda, casi a punto<br />

<strong>de</strong> calcinarse, razón por la cual comenzó a irse recogiendo en el corazón. El alma tenía infinita<br />

cantidad <strong>de</strong> tentáculos, como un pulpo <strong>de</strong> innúmeros pies, cada uno metido en una vena y<br />

algunos sumamente <strong>de</strong>lgados metidos en vasos. Poco a poco fue retirando esos pies, y a medida<br />

que eso iba haciendo don Damián perdía calor y empali<strong>de</strong>cía. Se le enfriaron primero las<br />

manos, luego las piernas y los brazos; la cara comenzó a ponerse atrozmente pálida, cosa que<br />

observaron las personas que ro<strong>de</strong>aban el lujoso lecho. La propia enfermera se asustó y dijo<br />

que era tiempo <strong>de</strong> llamar al médico. El alma oyó esas palabras y pensó: “Hay que apresurarse,<br />

o viene ese señor y me obliga a quedarme aquí hasta que me queme la fiebre”.<br />

Empezaba a clarear. Por los cristales <strong>de</strong> las ventanas entraba una luz lívida, que anunciaba<br />

el próximo nacimiento <strong>de</strong>l día. asomándose a la boca <strong>de</strong> don Damián –que se conservaba<br />

semiabierta para dar paso a un poco <strong>de</strong> aire– el alma notó la claridad y se dijo que si no actuaba<br />

pronto no podría hacerlo más tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>bido a que la gente la vería salir y le impediría<br />

abandonar el cuerpo <strong>de</strong> su dueño. El alma <strong>de</strong> don Damián era ignorante en ciertas cosas;<br />

por ejemplo, no sabía que una vez libre resultaba totalmente invisible.<br />

Hubo un prolongado revuelo <strong>de</strong> faldas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la soberbia cama don<strong>de</strong> yacía el<br />

enfermo, y se dijeron frases atropelladas que el alma no atinó a oír, ocupada como estaba en<br />

escapar <strong>de</strong> su prisión. La enfermera entró con una jeringa hipodérmica en la mano.<br />

—¡ay, Dios mío, Dios mío, que no sea tar<strong>de</strong>! –clamó la voz <strong>de</strong> la vieja criada.<br />

Pero era tar<strong>de</strong>. a un mismo tiempo la aguja penetraba en un antebrazo <strong>de</strong> don Damián<br />

y el alma sacaba <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong>l moribundo sus últimos tentáculos. El alma pensó que la<br />

inyección había sido un gasto inútil. En un instante se oyeron gritos diversos y pasos<br />

apresurados, y mientras alguien –<strong>de</strong> seguro la criada, porque era imposible que se tratara<br />

<strong>de</strong> la suegra o <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong> don Damián– se tiraba aullando sobre el lecho, el alma se<br />

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