03.04.2013 Views

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

JUAN BOSCH | CUENTOS ESCRITOS EN EL EXILIO Y APUNTES SOBRE EL ARTE DE ESCRIBIR CUENTOS<br />

—En el lazareto.<br />

A poco recomendó:<br />

—Que no lo sepa nadie.<br />

Entonces yo tuve un vislumbre, así, relampagueante, <strong>de</strong> que su antigua soledad se había<br />

<strong>de</strong>bido…<br />

—Ahora me explico –empecé a <strong>de</strong>cir, mientras él me clavaba su imperiosa mirada—…<br />

Aquel ataúd era…<br />

—Su mamá –dijo–; la mamá <strong>de</strong> mi mujer, que murió lázara.<br />

Al parecer halló que había hablado <strong>de</strong>masiado, porque se puso <strong>de</strong> pie y se fue a un<br />

rincón. Se sentó allí y se <strong>de</strong>dicó a contemplar el patio, don<strong>de</strong> algunos reclusos charlaban y<br />

se movían sin cesar. Ya no volví a dirigirle la palabra sino cuando un mes <strong>de</strong>spués se me<br />

avisó que recogiera mis pertenencias porque iban a <strong>de</strong>jarme en libertad ese mismo día. Me<br />

le acerqué para preguntarle si quería que visitara a su mujer en el leprocomio. Y he aquí lo<br />

que me dijo entonces Victoriano Segura mirándome a los ojos:<br />

—No vaya. Su mamá perdió la nariz y tal vez ella la pierda también. Usté la conoció<br />

cuando era bonita. Si usté la ve ahora con mi consentimiento, es como si la viera yo.<br />

Y me dio la espalda, que a mí me pareció <strong>de</strong> mármol, como la <strong>de</strong> una estatua.<br />

La mancha in<strong>de</strong>leble<br />

Todos los que habían cruzado la puerta antes que yo habían entregado sus cabezas, y<br />

yo las veía colocadas en una larga hilera <strong>de</strong> vitrinas que estaban adosadas a la pared <strong>de</strong><br />

enfrente. Seguramente en esas vitrinas no entraba aire contaminado, pues las cabezas se<br />

conservaban en forma admirable, casi como si estuvieran vivas, aunque les faltaba el flujo<br />

<strong>de</strong> la sangre bajo la piel. Debo confesar que el espectáculo me produjo un miedo súbito e<br />

intenso. Durante cierto tiempo me sentí paralizado por el terror.<br />

Pero era el caso que aún incapacitado para pensar y para actuar, yo estaba allí: había<br />

pasado el umbral y tenía que entregar mi cabeza. Nadie podría evitarme esa macabra experiencia.<br />

La situación era en verdad aterradora.<br />

Parecía que no había distancia entre la vida que había <strong>de</strong>jado atrás, <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la<br />

puerta, y la que iba a iniciar en ese momento. Físicamente, la distancia sería <strong>de</strong> tres metros,<br />

tal vez <strong>de</strong> cuatro. Sin embargo lo que veía indicaba que la separación entre lo que fui y lo<br />

que sería no podía medirse en términos humanos.<br />

—Entregue su cabeza –dijo una voz suave.<br />

—¿La mía? –pregunté, con tanto miedo que a duras penas me oía a mí mismo.<br />

—Claro… ¿Cuál va a ser?<br />

A pesar <strong>de</strong> que no era autoritaria, la voz llenaba todo el salón y resonaba entre las pare<strong>de</strong>s,<br />

que se cubrían con lujosos tapices. Yo no podía saber <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salía. Tenía la impresión <strong>de</strong> que<br />

todo lo que veía estaba hablando a un tiempo: el piso <strong>de</strong> mármol negro y blanco, la alfombra<br />

roja que iba <strong>de</strong> la escalinata a la gran mesa <strong>de</strong>l recibidor, y la alfombra similar que cruzaba a<br />

todo lo largo por el centro; las gran<strong>de</strong>s columnas <strong>de</strong> mayólica, las cornisas <strong>de</strong> cubos dorados,<br />

las dos enormes lámparas colgantes <strong>de</strong> cristal <strong>de</strong> Bohemia. Sólo sabía a ciencia cierta que<br />

ninguna <strong>de</strong> las innumerables cabezas <strong>de</strong> las vitrinas había emitido el menor sonido.<br />

Tal vez con el <strong>de</strong>seo inconsciente <strong>de</strong> ganar tiempo, pregunté:<br />

—¿Y cómo me la quito?<br />

311

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!