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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

Era gallego. Había venido a Santo Domingo en busca <strong>de</strong> fortuna y poco a poco, a fuerza<br />

<strong>de</strong> economías, llegó a reunir unos realitos. Ya cuarentón, abandonó la vida <strong>de</strong> célibe,<br />

uniendo su suerte a la <strong>de</strong> una criolla, muchacha más buena que el pan y trabajadora como<br />

una abeja. Con la mujer ¿quién lo duda? el viento <strong>de</strong> bonanza que le había estado soplando<br />

arreció, y tanto, que <strong>de</strong> dos subieron a cuatro las mesitas <strong>de</strong> frutas y hasta dieron las<br />

ganancias para establecer una regular venta <strong>de</strong> licores, en cuarto reservado, adon<strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong> la cofradía <strong>de</strong> saco acudían a saborear el dulce y picante Licor Rosolio, lucidor <strong>de</strong> los<br />

colores <strong>de</strong>l iris y dispuesto en damajuanitas <strong>de</strong> cuello <strong>de</strong>lgado y ancho fondo, la confortadora<br />

ginebra holan<strong>de</strong>sa Mañana Imperial o el bravo aguardiente Cañete, insustituible<br />

diluidor <strong>de</strong> penas.<br />

Por varios años estuvieron la nata sobre la leche Tronquilis y su costilla. Habríales augurado<br />

cualquiera, para la vuelta <strong>de</strong> algún tiempo, una riqueza completa.<br />

¿Qué más sino persistir en el trabajo y economizar cuanto se pudiera?<br />

<br />

Los tiempos cambian, sin embargo.<br />

Un día el gobierno se equivocó ¡quién lo creyera! y para aumentar el numerario hizo<br />

llover sobre el país un diluvio <strong>de</strong> “papeletas”, con lo cual no pocos se ahogaron y algunos<br />

quedaron con el agua al cuello. Tronquilis entre éstos. Por grados fue reduciéndose hasta<br />

limitarse a una mesa el ventorrillo y la botillería disminuyó consi<strong>de</strong>rablemente. ¡Cómo que<br />

ya cada copita <strong>de</strong> Rosolio salía por un ojo <strong>de</strong> la cara y la caneca <strong>de</strong> ginebra se había subido<br />

hasta las nubes! Y a todas éstas, para colmo <strong>de</strong> males, el sitio. Porque es <strong>de</strong> saberse que a<br />

modo <strong>de</strong> irresistible alud, habían irrumpido <strong>de</strong>l Norte, <strong>de</strong>l Sur y <strong>de</strong>l Este los revolucionarios<br />

<strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> julio contra Báez.<br />

Tronquilis estaba <strong>de</strong>scorazonado. Gracias que el “cuarto reservado” sostenía aún parte <strong>de</strong>l<br />

negocio. A libar en él iban con frecuencia Benito “el gambao”, azuano, que allá en Santomé<br />

cortó <strong>de</strong> sendos tajos la cabeza a dos “mañeses”; Ugenito Lantigua, coplero y soldado, capitán<br />

<strong>de</strong> cívicos; Martín “el brujo”, embaucador <strong>de</strong> campesinos y gran tocador <strong>de</strong> “cuatro”; “Gollito”<br />

Rodríguez, muchacho <strong>de</strong> la orilla, más malo que coger lo ajeno y encabezador habitual <strong>de</strong><br />

cencerradas; “Enemencio” Mártir, seibano machetero, con tres cicatrices enormes que le formaban<br />

una N en el rostro; “Toñico” Hernán<strong>de</strong>z, por mal nombre “El Caimán”, montecristeño,<br />

con más alma que cuerpo y dos hileras <strong>de</strong> dientes que parecían querer salirse <strong>de</strong> la boca; el<br />

capitán “Apuntinodá”, bravatero <strong>de</strong> continuo, que no cumplía jamás sus amenazas; “Periquito”<br />

Caballero, solicitado “maquiñón”, que saltaba en su corcel, sin sujetarse, las más gran<strong>de</strong>s<br />

can<strong>de</strong>ladas <strong>de</strong> San Juan; el “jefe” Hipólito; el “vale” Toribio; Pepito el Indio; y otros tantos al<br />

servicio <strong>de</strong>l gobierno sitiado. A falta <strong>de</strong> tales parroquianos ¿qué habría sido <strong>de</strong> Tronquilis?<br />

Nueve meses llevaba el asedio, sin que parecieran dispuestos a ce<strong>de</strong>r los <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro;<br />

pero mucho menos los <strong>de</strong> afuera. El gallero y su mujer comenzaban a <strong>de</strong>saparecer. ¿Duraría<br />

esa situación toda la vida? Por otra parte, el “cuarto reservado” se vaciaba. Veces hubo en<br />

que Tronquilis, antes <strong>de</strong> alcanzar una caneca llena, cogió hasta doce apuradas.<br />

A los diez meses llegaron al oído <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sventurado negociante rumores <strong>de</strong> capitulación.<br />

Entonces ocurrió algo nuevo: el número <strong>de</strong> los parroquianos, <strong>de</strong> la “gente <strong>de</strong>l gobierno”,<br />

bajó sensiblemente. ¿Qué es eso?<br />

—¡Mujer! ¡mujer! ¡nos acabamos! Esto no pue<strong>de</strong> aguantarse ya, –exclamaba el pobre<br />

hombre.<br />

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