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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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El furor <strong>de</strong> los elementos se <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>na con estrépito horroroso; pero le asorda y domina<br />

el furor <strong>de</strong> los hombres apasionados. Las <strong>de</strong>scargas rasgan la oscuridad alumbrando el<br />

exterminio; estallan los bronces vomitando metralla asoladora, y el agua <strong>de</strong>l cielo se enrojece<br />

con la lluvia <strong>de</strong> sangre <strong>de</strong> los patriotas generosos, víctimas <strong>de</strong>l engaño. El general Leoncio<br />

presi<strong>de</strong> la matanza. La <strong>de</strong>strucción le excita. Como un genio satánico, a medida que diezma<br />

las filas <strong>de</strong> imberbes crece su ansia <strong>de</strong> matar.<br />

—ahí traen un prisionero –le dicen.<br />

—¡Que no se haga prisioneros! –contesta–. ¡Que lo acaben!<br />

Y se oyó el ¡cha! ¡cha! <strong>de</strong> las bayonetas al enterrarse en el cuerpo <strong>de</strong> aquel joven.<br />

acabado el <strong>de</strong>güello, avanza el general Leoncio y da un grito <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación cuando<br />

un relámpago le permite ver el rostro <strong>de</strong>l bayoneteado.<br />

amanece. todavía sólo entra por las ventanas luz muy tenue <strong>de</strong> la aurora. La sangre que<br />

empapa las calles se confun<strong>de</strong> todavía con el oscuro apisonado. En la alcoba <strong>de</strong> la esposa <strong>de</strong>l<br />

tirano, sobre las blancas telas <strong>de</strong>l lecho, yace agujereado, con encajes <strong>de</strong> sangre las heridas, el<br />

cadáver <strong>de</strong>l hijo, que alumbran cuatro cirios. La madre arrodillada, con un brazo bajo el cuello<br />

<strong>de</strong>l adolescente, apoya sus labios sobre la fría boca <strong>de</strong>l muerto, como si quisiera inyectarle<br />

nueva vida. Lívida, como el cadáver, no llora, no se queja, no articula una palabra.<br />

Entró el general Leoncio y se quedó inmóvil, contemplando su obra filicida. Sintió horror,<br />

y quiso retirarse; pero la madre, volviéndose a él y señalándole el muerto, le dijo:<br />

—Míralo. tenías razón: “La política no tiene entrañas”.<br />

Las mujeres políticas<br />

EMILIo RoDRíGuEZ DEMoRIZI | CuEntoS DE PoLítICa CRIoLLa<br />

El mundo estaba malo.<br />

Los hombres le hacían a la Divinidad cada perrada que temblaba la tierra. Ya se metían<br />

a filibusteros, ya a piratas, ya a contrabandistas; y los pocos indios que quedaban en la Isla<br />

estaban dados al diablo, porque indias… ni esperanza! todas eran para los españoles.<br />

El Padre Las Casas y otros buenos frailes, como representantes <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r divino, tronaban<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el púlpito contra esas herejías y recomendaban una práctica más cristiana; pero todo era inútil:<br />

la plebe <strong>de</strong> Europa y el salvajismo <strong>de</strong> africa seguían haciendo tremendida<strong>de</strong>s en esta Isla.<br />

un día hicieron una atrocidad en La Vega, y Dios bajó a la sabana, miró con ojos encendidos<br />

como fulgurantes soles a los pobladores impíos, y lanzó una maldición:<br />

—¡Qué se hunda la ciudad y que<strong>de</strong> cubierta por el fango!<br />

Y se oscureció el cielo y la tierra se <strong>de</strong>squició <strong>de</strong> sus cimientos y toda la ciudad <strong>de</strong>sapareció<br />

con estrépito quedando en su lugar una laguna cenagosa.<br />

Pero los <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> la Isla no escarmentaron ante esa hecatombe realizada por la cólera<br />

divina. Siguieron pecando y el Señor castigando: ya es una plaga <strong>de</strong> hormigas que obliga a<br />

abandonar la Capital y trasladarla a la margen <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l río; ya un terremoto hun<strong>de</strong> a azua,<br />

ya otro se traga a Santiago, hasta que el Señor que no castiga por placer, sino para provocar<br />

la enmienda, se dijo:<br />

Estos dominicanos son unos infieles tremendos, en quienes no hacen mella las gran<strong>de</strong>s<br />

catástrofes. ¿Con qué les castigaré <strong>de</strong> manera que lo sientan?<br />

Pensó un rato, y luego, dirigiéndose a un gran arcón que cerca tenía, empezó a sacar<br />

puñados <strong>de</strong> polvo y a arrojarlos sobre la Isla.<br />

—¡ahí tienen, por <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nadores! ¡ahí tienen, por fratricidas! ¡ahí tienen, por impíos!<br />

¡allá les va la mujer política!<br />

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