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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

la operación cuando oyó chasquear el agua en forma para él no muy común. Pensó en que<br />

algún pez gran<strong>de</strong> andaba suelto arrecife a<strong>de</strong>ntro y no prestó interés. Al rato, sin embargo, una<br />

sombra chata saltó a su diestra. Súbitamente impresionado, Calamidad divisó a La Diabla.<br />

Juguetón y nervioso, el monstruo nadaba sobre los bancos <strong>de</strong> arena, a punto <strong>de</strong> vararse en<br />

aquellos parajes <strong>de</strong> poca profundidad.<br />

—¡Válgame el cielo! –exclamó–: Pues no será bruta… ¿Y qué no sabe que por aquí no<br />

hay agua pa ella?<br />

La raya se había dado vuelta y cruzado velozmente junto a su bote, que se conmovió.<br />

En seguida, dando <strong>de</strong> latigazos, inició un círculo en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> Calamidad.<br />

—¡Guaite con la traviesa! ¿Y qué querrá?<br />

El negro comenzaba a sentir cosquilleos en el estómago. No lo achacó a miedo. La raya<br />

se encontraba en un lugar peligroso <strong>de</strong> la bahía y Calamidad ni siquiera pensó en trabar<br />

duelo con ella. En él lo que más había era curiosidad. No podía explicarse cómo La Diabla,<br />

terror <strong>de</strong> pescadores, andaba esa noche en los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> la Matita. Si era cierto que la<br />

marea estaba alta, también lo era que nunca antes se atrevió La Diabla a penetrar la barrera<br />

<strong>de</strong> los arrecifes e irrumpir en las aguas mansas <strong>de</strong>l litoral.<br />

Calamidad la buscó con ansiedad, pero el selacio había <strong>de</strong>saparecido. Sólo pececillos<br />

auríferos saltaban, a ratos, en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong>l bote. La bahía había quedado, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

escaparse la luna, llena <strong>de</strong> una apacible oscuridad. Las estrellas, las palmeras, la brisa<br />

y el bramido <strong>de</strong>l mar, chocando contra las rocas <strong>de</strong>l arrecife, continuaban su coloquio<br />

sin edad.<br />

Calamidad volvió a tirar la red y esperó. Cuando jalaba <strong>de</strong> ella, percibió que el fondo<br />

<strong>de</strong>l mar registraba un tono más oscuro, pero todavía no quiso creer. Pensó en tantas cosas<br />

el pobre negro que los brazos se le quedaron fláccidos a ambos lados <strong>de</strong>l pantalón.<br />

—Es verdad –se dijo–; La Diabla está aquí, esperando o <strong>de</strong>scansando junto a mí…<br />

Y Calamidad sopesó, con esa luci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los hombres que viven solitarios, la significación<br />

<strong>de</strong> su aventura: Había pescadores <strong>de</strong> San Pedro, <strong>de</strong> La Caleta, <strong>de</strong> Guayacanes, hasta <strong>de</strong><br />

la misma capital, para quienes encontrarse con La Diabla hubiese valido más que la vida.<br />

¡Porque aquella era La Diabla! No podía dudarlo. Esa mota negruzca <strong>de</strong> tres metros <strong>de</strong><br />

circunferencia, con el rabo ondulante a los costados, era la raya famosa.<br />

—Si la toco, me muero –suspiró el negro–; si la <strong>de</strong>jo ir, no me lo creen. ¡Ayúdame, Santo<br />

Dios!<br />

Y Calamidad hizo la señal <strong>de</strong> la cruz sobre su frente húmeda. En seguida agarró la lanza<br />

que, a modo <strong>de</strong> arpón, suelen usar los pescadores <strong>de</strong> Boca Chica en la pesca y captura <strong>de</strong><br />

rayas, y la sujetó nerviosamente.<br />

—¡Si Dios fuera negro! –murmuró–: ¡Entonces sí que me compren<strong>de</strong>ría!<br />

Calamidad volvió a tirar lentamente <strong>de</strong> la red, para no agitar las aguas. La tenía toda a<br />

bordo cuando se le enganchó un pie en ella. Calamidad tropezó, levantó los brazos inútilmente<br />

y cayó fuera <strong>de</strong>l bote. En seguida se levantó, paralizado <strong>de</strong> terror. No podía pensar y<br />

rezó una plegaria simple, mientras las olas le lamían suavemente los muslos.<br />

La raya se acercó. La mota <strong>de</strong> furia y <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r vino a su lado y onduló suavemente entre<br />

él y el bote. Calamidad se veía frente a la muerte y érale trabajoso, en mitad <strong>de</strong> sus angustias,<br />

compren<strong>de</strong>r cuanto le ocurría.<br />

—Si me libro <strong>de</strong> este trance –se dijo–, nunca volveré a hablar <strong>de</strong> ti, Diabla. ¡Aunque me<br />

coma la lengua! ¡Óyeme Dios <strong>de</strong> los negros, óyeme, negro que estás en la altura…!<br />

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