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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

enfermos <strong>de</strong> la tropa española. Por falta <strong>de</strong> catres o hamacas, algunos yacen tendidos en<br />

lechos <strong>de</strong> serones o <strong>de</strong> yaguas. Las fiebres palúdicas, las perniciosas, la disentería, se ceban<br />

en aquellos soldados peninsulares no acostumbrados al enervante clima <strong>de</strong> estos países<br />

intertropicales. Las <strong>de</strong>serciones frecuentísimas <strong>de</strong> las milicias <strong>de</strong>l país y las numerosas<br />

enfermeda<strong>de</strong>s han reducida consi<strong>de</strong>rablemente el número <strong>de</strong> hombres <strong>de</strong> aquella fuerte<br />

columna…<br />

Hacía rato que había escampado, aunque el tiempo no presentaba trazas <strong>de</strong> serenarse.<br />

El crepúsculo, <strong>de</strong> un gris intenso, se diluía lentamente en las primeras sombras <strong>de</strong> una triste<br />

noche <strong>de</strong> octubre. Muy salteadas, en escaso número, principiaban a brillar tenues luces en<br />

algunas chozas. El coronel Virico y Fonso, el primero con un farolillo en la mano, tan pronto<br />

cerró la noche, a guisa <strong>de</strong> paseo, empezaron a recorrer en todos sentidos el campamento.<br />

Con las nuevas explicaciones <strong>de</strong> su compañero y con lo que había podido observar aquella<br />

tar<strong>de</strong>, creíase ya Fonso en capacidad <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r suministrar al gobierno provisional datos<br />

positivos que suponía <strong>de</strong> bastante importancia… Ambos avanzaban lentamente, <strong>de</strong>sechando<br />

los pantanos, salvando las cortaduras <strong>de</strong>l terreno, abriéndose camino al través <strong>de</strong> obstáculos<br />

en realidad insignificantes; pero que la creciente obscuridad revestía <strong>de</strong> temerosos aspectos.<br />

El coronel, acostumbrado a inspecciones <strong>de</strong> vigilancia nocturna y gran conocedor <strong>de</strong>l<br />

terreno, guiaba expertamente. Reinaba sepulcral silencio en algunas chozas, que semejaban<br />

como tumbas <strong>de</strong> una vasta necrópolis. En una <strong>de</strong> las chozas, la mejor alumbrada, algunos<br />

oficiales jugaban al dominó. Agrupados en torno, familiarmente, algunos camaradas siguen<br />

con interés las jugadas comentándolas en alta voz…<br />

Noche, noche intensamente negra. El cielo obscurísimo, lleno <strong>de</strong> nubes, <strong>de</strong>scubre, a<br />

raros intervalos, el resplandor <strong>de</strong> una que otra lejana estrella. Ambos, como movidos por<br />

la misma fuerza, se <strong>de</strong>tienen repentinamente. De un bohío inmediato, quejumbrosas, sollozantes,<br />

se escapan las dolientes notas <strong>de</strong> una guitarra. Un sargento <strong>de</strong> Bailén mueve con<br />

hábil mano las cuerdas. En la silente noche, en aquel augusto recogimiento <strong>de</strong> las cosas,<br />

bajo el cielo sombrío, esos sonidos impregnados <strong>de</strong> hondas nostalgias parecen como la<br />

evocación plañi<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cosas amadas perdidas en melancólicas lejanías… Tal vez en esos<br />

arpegios palpita el recuerdo <strong>de</strong> la madrecita que reza por él en la iglesia <strong>de</strong> su al<strong>de</strong>a; tal<br />

vez en ellos flota la imagen <strong>de</strong> la mujer querida que lo aguarda; acaso palpita en esos sones<br />

la visión <strong>de</strong> alguna casa <strong>de</strong> Cádiz o <strong>de</strong> Sevilla, don<strong>de</strong> en tiempos <strong>de</strong>svanecidos en tristes<br />

realida<strong>de</strong>s apuró sendas copas <strong>de</strong> manzanilla en compañía <strong>de</strong> fácil y garrida moza tocada<br />

con vistosa mantilla…<br />

Siguen, siguen… Ante los dos exploradores nocturnos, álzase ahora una choza más gran<strong>de</strong><br />

y mejor construida que las otras en cuya puerta hace centinela un soldado con bayoneta<br />

calada. Cerca <strong>de</strong>l bohío, en un tosco banco, bostezan o dormitan sus compañeros <strong>de</strong> guardia.<br />

En el interior, un hombre corpulento, <strong>de</strong> rudo aspecto, <strong>de</strong> imperativo gesto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la hamaca<br />

en que está sentado dicta algo a un joven que sin levantar la cabeza escribe apresuradamente.<br />

El viento hace a cada momento oscilar las luces <strong>de</strong> las dos velas <strong>de</strong> un can<strong>de</strong>labro <strong>de</strong> metal<br />

colocado en la mesa que sirve <strong>de</strong> escritorio… El coronel Virico toca en un brazo a Fonso, y le<br />

dice en voz baja: el general… Como fascinado, Fonso se <strong>de</strong>tiene clavado en el suelo por una<br />

fuerza superior. A la distancia, lejanos, óyense los ¡quién vive! <strong>de</strong> los vigilantes centinelas.<br />

Dos tiros lejanos interrumpen el silencio <strong>de</strong> la noche sin que parezcan llamar la atención<br />

<strong>de</strong>l general y <strong>de</strong>l secretario que llena con letra cursiva hoja tras hoja <strong>de</strong> papel. Fonso Ortiz<br />

continúa con la vista fija en el Marqués <strong>de</strong> las Carreras…<br />

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