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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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un extremo en un saliente <strong>de</strong>l <strong>de</strong>clive y se lanzó luego, en una mecida gigantesca, al vacío.<br />

Golpeando contra las piedras y las raíces, Maravilla y el negro rebotaron, ensangrentando<br />

la zanja, y cayeron con estrépito. Los hombres vociferaron. allá arriba, pálido, el boyero<br />

buscaba un sen<strong>de</strong>ro para bajar.<br />

De pronto un hombre <strong>de</strong> ojos autoritarios corrió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el aserra<strong>de</strong>ro y hendió el grupo<br />

<strong>de</strong> gente con los brazos.<br />

—¿Corran –or<strong>de</strong>nó con voz estentórea– y saquen esos bueyes, que su carne sirve todavía!<br />

Los <strong>de</strong> varas largas corrieron en dirección <strong>de</strong> Maravilla y <strong>de</strong>l negro saltando sobre los<br />

troncos que iba arrastrando el agua y otros fueron en busca <strong>de</strong> machetes y cuchillos mientras<br />

los perros aullaban <strong>de</strong> alegría pensando en un próximo festín.<br />

al caer la noche la carne <strong>de</strong> Maravilla estaba lista para ser enviada a las carnicerías <strong>de</strong><br />

la comarca. Fue así como se cumplió su <strong>de</strong>stino, a pesar <strong>de</strong>l bajo precio <strong>de</strong> la carne, que por<br />

esos días era una miseria.<br />

Un hombre virtuoso<br />

Juan BoSCH | MÁS CuEntoS ESCRItoS En EL EXILIo<br />

Con voz premiosa, don Juan Ramón llamó a su mujer. tenía ya largo rato sentado a la<br />

puerta <strong>de</strong> su casa, observando hacia la <strong>de</strong> enfrente. Parecía un gato en acecho. La mujer llegó<br />

secándose las manos con el <strong>de</strong>lantal.<br />

—Siéntate aquí, porque yo tengo que ir al patio. atien<strong>de</strong> a lo que hace Quin. En media<br />

hora ha ido dos veces a la pulpería, y eso da que pensar.<br />

La mujer, respetuosa <strong>de</strong> las manías <strong>de</strong>l marido, obe<strong>de</strong>ció con resignado gesto, y cuando<br />

su cónyuge volvió rindió cuentas <strong>de</strong> su misión: nada había sucedido. Él la miró fijamente,<br />

y ella advirtió la <strong>de</strong>sconfianza en sus ojos.<br />

—te digo que no, Juan Ramón.<br />

Bien, no era cosa <strong>de</strong> discutir. Su mujer había sido siempre así, medio burlona, y a su edad<br />

no podría cambiar. aceptó, pues, el resultado, pero se propuso aumentar la vigilancia para<br />

no darle <strong>de</strong>spués a la mujer el gusto <strong>de</strong> pensar que él no había tenido razón.<br />

Pasado un rato, Quin <strong>de</strong>jó el martillo sobre un parador, se <strong>de</strong>tuvo en la puerta, como<br />

persona que no sabe a punto fijo qué <strong>de</strong>be hacer, se atusó los enormes bigotes grises y se<br />

quedó viendo hacia la calle.<br />

¿Qué pensaba Quin? Eso era lo que hubiera querido saber don Juan Ramón. tenía allí,<br />

a su frente, a ese hombre <strong>de</strong> pocas carnes, <strong>de</strong> abultada y ancha frente, <strong>de</strong> mirada vaga y<br />

sonrisa un tanto maligna; estaba parado a pocos metros <strong>de</strong> él y sin embargo no le veía. ¿Por<br />

qué Quin no le veía? don Juan Ramón miraba sus viejos y arrugados pantalones <strong>de</strong> dril,<br />

su saco <strong>de</strong> paño negro, sucio y raído. Volvió Quin a pasarse la mano por el bigote y a poco<br />

a<strong>de</strong>lantó un pie. Rompería a andar, seguro que empezaría a caminar<br />

Pero <strong>de</strong> pronto Quin dio la vuelta, tomó otra vez su martillo y se puso a clavar. Don Juan<br />

Ramón se <strong>de</strong>silusionó. Una tristeza in<strong>de</strong>finible bajó a los aposentos <strong>de</strong> su alma y amargó sus<br />

rincones más apartados. Si la mujer hubiera estado allí hubiera visto cómo los redondos y<br />

tenaces ojos <strong>de</strong> su marido habían perdido brillo. Don Juan Ramón se sintió <strong>de</strong>silusionado<br />

y hasta pensó levantarse e irse al patio. Pero no podía moverse <strong>de</strong> allí. Esperaba que algo<br />

suce<strong>de</strong>ría y, a<strong>de</strong>más gozaba un poco <strong>de</strong>l sol que entraba por la puerta y calentaba sus viejos<br />

pies friolentos.<br />

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