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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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SÓCRATES NOLASCO | EL CUENTO EN SANTO DOMINGO – <strong>TOMO</strong> II<br />

Todo eso le trasteaba confusamente la cabeza a Julián: creía tener <strong>de</strong>recho a rebelarse<br />

contra tamaña iniquidad. ¿Eso era Gobierno?… ¿Si un toro furioso le embestía en el camino,<br />

no se <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ría? ¿Y qué toro se igualaba al general Fico?…<br />

Luego pensó en su madre, en la pobre viejecita que estaría a estas horas hecha un río <strong>de</strong><br />

lágrimas, sin amparo, sin auxilio, quizá maltratada por ese mala casta… Estiró los brazos<br />

como para quebrar las cuerdas, y tomó tal impulso que <strong>de</strong>rribó a los dos que lo sujetaban;<br />

pero los otros lo <strong>de</strong>jaron sin sentido a culatazos, llevándole luego bien seguro y casi a rastras<br />

hasta la población.<br />

<br />

Pasó una semana más sin que Fico se <strong>de</strong>jara ver por los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Rosa;<br />

pero a los ocho días la esperó a la vera <strong>de</strong>l río, y cuando ella asomó pálida y ojerosa, pintado<br />

su dolor en el semblante, le preguntó que cuál era su resolución. Y ella volvió a <strong>de</strong>shacerse<br />

en ruegos y protestas: que sacara a Julián <strong>de</strong> soldado porque no había nada entre los dos;<br />

que si estaba <strong>de</strong>sesperada era por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que ella fuese la causa <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> un<br />

prójimo: fuera <strong>de</strong> ahí nada. En cuanto a lo otro no, no insistiera, porque primero moriría que<br />

tener frutos que no fueran <strong>de</strong> bendición.<br />

Él la contemplaba extasiado. Arrobábale su hermosura, ora grave <strong>de</strong> máter dolorosa,<br />

con la <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z semitransparente arrebolada <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ales, y se arrodilló, suplicante a su<br />

vez, implorando un jirón <strong>de</strong> amor, por el que le ofrecía su po<strong>de</strong>r omnímodo, su brazo<br />

omnipotente, su voluntad que dominaba las otras <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Tiburcio hasta Las Hojas Anchas,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mar hasta La Cumbre. Satanás enamorado <strong>de</strong>be tener la hermosura siniestra y<br />

tenebrosa que la fiebre <strong>de</strong>l amor creó en Fico. Arrebatado por su pasión vehemente, como<br />

que tenía fuertes asi<strong>de</strong>ros en la carne, tomó una <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> Rosa, y estampó en ella<br />

besos <strong>de</strong> fuego, que resonaron en la soledad confundiéndose con el bullicio argentino <strong>de</strong><br />

la corriente.<br />

—Jesús –gritó Rosa–, retirando con violencia la mano y haciendo un gesto <strong>de</strong> asco y<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio. Miró a todos lados buscando un salvador, pero allí, fuera <strong>de</strong>l monstruo, sólo<br />

había pájaros y peces. Entonces echó a correr por el repecho <strong>de</strong> la hoya, hasta que salió al<br />

camino. El se quedó mirándola con los brazos cruzados, torvos los ojos, meciendo la cabeza<br />

sobre su cuello toruno. Estaba sentenciada. La miseria y el dolor, como círculo <strong>de</strong> fuego, no<br />

tardarían en rendirla.<br />

No transcurrió mucho sin que se esparcieran rumores funestos en toda la comarca que<br />

riega el Bajabonico. Rosa y el vale Pedro comenzaron a notar aislamiento, vacío en torno <strong>de</strong><br />

ellos. Se pasaban los días sin que a su puerta se oyera el ¡Alabado sea Dios! o el ¡Dios sea<br />

en esta casa! <strong>de</strong> una visita. Rosa <strong>de</strong>cía a veces con una sonrisa <strong>de</strong> enfermo que se le estaba<br />

olvidando ya el contestar ¡por siempre! Sospechaba el manejo oculto. Bien se le alcanzaba<br />

que todo era obra <strong>de</strong> Fico, quien los había señalado como objeto <strong>de</strong> su prevención y <strong>de</strong> su<br />

tirria, espantando a los atemorizados vecinos, que ninguna clase <strong>de</strong> solidaridad querrían<br />

con los amenazados por el tiranuelo. Así había excomulgado a muchos. Pero Rosa tranquilizaba<br />

a su padre achacándolo a lo afanados que andaban en todas las casas con la madurez<br />

<strong>de</strong> la cosecha.<br />

No sabía nada <strong>de</strong> Julián, lo que la traía <strong>de</strong>sasosegada e inquieta. A veces se iba al monte<br />

para escapar a las miradas <strong>de</strong> su anciano padre, y allí daba rienda suelta a su llanto. Traía<br />

a la memoria las horas <strong>de</strong> dicha en que bajo los mismos árboles relamía a hurtadillas con<br />

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