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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

—¿Acerca <strong>de</strong> qué me quieren interrogar?<br />

—De un crimen…, <strong>de</strong> una mujer asesinada, hace muchos años.<br />

—Bien –respondió, sintiéndose más cansado que nunca–, conozco el crimen. Puedo<br />

contarles.<br />

Comenzó a vestirse. El hombre <strong>de</strong>l impermeable marrón y el hombre <strong>de</strong>l paraguas le<br />

miraban curiosamente. Afuera, en la calle, comenzó a llover. Jorge pensó que la lluvia siempre<br />

había llegado, para él, en los momentos más inoportunos <strong>de</strong> su vida.<br />

—¿Cómo era Irene? –le preguntaron los hombres en la puerta.<br />

—¡Oh! ¿Irene mi amante?<br />

Debió <strong>de</strong>cir muchas tonterías acerca <strong>de</strong> Irene, porque los hombres se miraron entre sí y<br />

sonrieron. Jorge no pudo oír sus propias palabras, porque no era él quien hablaba, sino el<br />

otro, su amigo el asesino, vuelto <strong>de</strong> la tumba para poner en su boca cosas que no <strong>de</strong>bían,<br />

ni podían, estar allí.<br />

—¿Es <strong>de</strong>cir que usted, Jorge, nada tuvo que ver con su muerte, que a Irene la mató un<br />

amigo suyo, que usted ha callado ese secreto, durante veinte años, a la policía <strong>de</strong> todo el<br />

país? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!<br />

La risa <strong>de</strong> los dos hombres salió hasta el balcón, se enredó en las cortinas, en la ropa <strong>de</strong><br />

Jorge, en los oídos, en la luna. Era una risa cortada y difícil. Era una risa que parecía llanto.<br />

Y Jorge no tuvo ganas <strong>de</strong> reír y comenzó a sollozar. Sus sollozos no pudieron con aquella<br />

risa <strong>de</strong>sbordada y se quedaron en el pecho, arqueándolo, como si contra él soplara una<br />

ventisca furibunda.<br />

—La mató mi amigo, la mató mi amigo, la mató mi amigo. ¡Yo nunca habría matado a<br />

Irene! ¡Era tan linda! ¡Era tan mala!<br />

—¿Dón<strong>de</strong> está su amigo?<br />

—Mi amigo está muerto.<br />

—¡Ah! Sería interesante que <strong>de</strong>scubriéramos ahora un crimen castigable. ¿Quién es su<br />

amigo?<br />

—Mi amigo es el otro, mi amigo vivía conmigo en la ciudad, en el pueblecito, en la<br />

cabaña que juntos alquilamos en la cumbre <strong>de</strong>l cerro.<br />

—¿Quién es su amigo?<br />

Jorge explicó <strong>de</strong>talladamente quién era su amigo, su querido e inolvidable amigo el<br />

asesino. Y explicó también por qué su amigo, sin razón ni premeditación, había matado a<br />

Irene. Y agregó que el crimen <strong>de</strong> Irene fue un crimen justificado, como se justifica el pisotón<br />

que damos a las cucarachas o el puntapié a los perros rabiosos. Jorge ya estaba tan cansado<br />

que le dolían los párpados, pero los hombres querían saber más.<br />

—¿Quién es su amigo?<br />

Lo contó todo. Y a medida que hablaba, Jorge tuvo la sensación <strong>de</strong> que el otro estaba<br />

a su lado, dictándole palabra por palabra, cuidadoso <strong>de</strong> que no cometiera errores o dijera<br />

mentiras.<br />

—¿Y dice que su amigo murió en la cabaña? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!<br />

Volvía la risa a enredarse don<strong>de</strong> nadie lo hubiese creído. Jorge pensó que si aquella risa<br />

terminaba, él se habría sentido muchísimo mejor. Pero la risa seguía, agrandada, sobre los<br />

tres hombres y su apretado diálogo.<br />

—Usted nunca tuvo tal amigo, Jorge. ¿Oye bien? ¡Nunca! Ni en la ciudad, ni en el pueblo,<br />

ni en el campo. ¡Nunca!<br />

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