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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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CoLECCIón PEnSaMIEnto DoMInICano | Vo l u m e n II | CuEntoS<br />

nadie veía aquello; nadie, por tanto, sabría nunca la verdad. Las llamas iluminaban la<br />

sonrisa <strong>de</strong>l negro Manzueta; los ladridos <strong>de</strong> tiburón atronaban, contestados a la distancia<br />

por otros; el alambre caía a trechos, enrojecido por las llamas, y la cerca levantada por los<br />

peones <strong>de</strong> don anselmo no tardaría en irse al suelo. Mientras tanto el fuego seguía extendiéndose,<br />

creciendo cada vez más, y los platanales y los ranchos <strong>de</strong> tabaco se dañarían o<br />

ar<strong>de</strong>rían. El negro Manzueta se hallaba contento.<br />

—¡Que venga a salvarlo el Socio! –gritaba lleno <strong>de</strong> orgullo al tiempo que seguía sembrando<br />

fuego.<br />

Pero el Socio sí fue. Sopló <strong>de</strong> pronto un viento inesperado que subía <strong>de</strong>l arroyo, y arrancó<br />

chispas a las llamaradas. El negro Manzueta vio las chispas volar en dirección <strong>de</strong> su conuco<br />

y pensó en sus plátanos y en su rancho. Mas se rehizo pronto y volvió a sentirse alegre.<br />

Sin duda también el viento estaba contento. Sopló más fuerte, mucho más, y <strong>de</strong> súbito<br />

la can<strong>de</strong>la se extendió sobre un pajonal; caminó como viva, a toda marcha, hacia el conuco<br />

<strong>de</strong> Manzueta; anduvo <strong>de</strong> prisa, y en pocos segundos hizo una trocha roja, cár<strong>de</strong>na, coronada<br />

<strong>de</strong> humo negro. Manzueta la vio y subió a su rancho. El perro ladraba. El hombre vio la<br />

llama henchirse <strong>de</strong> pronto, alzarse y caer <strong>de</strong> golpe, llevada por la brisa, sobre las yaguas <strong>de</strong><br />

la vivienda. El negro corrió más.<br />

—¡ah can<strong>de</strong>la maldita! –rugía.<br />

Con el machete en la mano, revolviéndose airado, cruzó y se metió en el rancho. Estaba<br />

como ciego <strong>de</strong> la cólera. Golpeaba con el arma. allá iba la can<strong>de</strong>la metiéndose entre el tabaco!<br />

Golpeó más y más. Fue entonces, sin duda, cuando sin saber qué hacía dio con el machete en<br />

el varejón <strong>de</strong> arriba. Inesperadamente se <strong>de</strong>rrumbó el techo, y las yaguas encendidas y los<br />

ma<strong>de</strong>ros echando llamas le cayeron encima sin que él pudiera <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Saltó y quiso huir<br />

cuando notó que la camisa le llameaba. Debió tropezar con algo, y cayó. El perro gritaba y él<br />

hubiera querido que se callara. El ardor en la cara y en el vientre era insoportable. ¡Y la can<strong>de</strong>la<br />

metiéndose en el conuco! ahí, en tal momento, pegado a la tierra, impotente, el negro Manzueta<br />

creyó ver el origen <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>sgracia. alzó la cabeza, aterrorizado y frío <strong>de</strong> miedo.<br />

—¡El, él! –barbotó.<br />

La i<strong>de</strong>a sacudió al hombre <strong>de</strong> arriba abajo. Su miedo se hizo súbitamente tan gran<strong>de</strong><br />

que le impedía moverse. Suplicante, casi llorando, logró <strong>de</strong>cir:<br />

—¡Fue él! ¡En el nombre <strong>de</strong> la Virgen, fue el Socio!<br />

Voraz e implacable, el fuego consumió en poco tiempo la propiedad <strong>de</strong> Manzueta; pero<br />

afuera, en las tierras <strong>de</strong> don anselmo, nada habría <strong>de</strong> pasar. Mientras las llamas se entretenían<br />

con lo <strong>de</strong>l negro, arriba, en el cielo, se presentaron nubes inesperadas que encapotaron la<br />

noche y a poco empezó a caer un chaparrón violento que hacía chirriar los postes carbonizados<br />

al apagar los troncos encendidos.<br />

Por la mañana encontraron al negro Manzueta lejos <strong>de</strong> su rancho. Había ido arrastrándose<br />

hasta el camino <strong>de</strong> La Jagua, seguido por el perro, que se a<strong>de</strong>lantaba en carreras<br />

múltiples y veloces y ladraba sin cesar.<br />

Mirando al hombre, una vieja chiquita, flaca y <strong>de</strong> rasgos duros dijo:<br />

—¿no ven? Eso ha sío el Socio.<br />

Con ojos <strong>de</strong> asustado, un negro manco que tenía una cicatriz en la frente murmuró:<br />

—Sí, fue el Socio.<br />

—¡Fue el Socio, el Socio! –aseguró la voz <strong>de</strong> centenares y centenares <strong>de</strong> personas, mientras<br />

en toda la región se comentaba el suceso.<br />

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