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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

Fue al querer salir cuando comprendió que en su cuello había una soga, la misma que<br />

no le quitaban sino en las horas <strong>de</strong>l nuevo entrenamiento. Era sencillo, pero extraño a sus<br />

costumbres. Para complacer al nuevo amo le habría bastado imitar los otros perros: <strong>de</strong>scubrir<br />

el pasto <strong>de</strong> los rebaños y echarlos poco a poco a los lugares <strong>de</strong> apresamiento fácil. Mucho se<br />

prolongaron los días <strong>de</strong> enseñanza sin que Floreo supiera matar la presa mansa. Educado para<br />

saber guardar, nunca aprendió a robar. Y lo <strong>de</strong>jaron libre por inútil. Y volvió a la casa que se<br />

le hizo hostil porque ya el amo <strong>de</strong> los planos y los números no estaba en Pe<strong>de</strong>rnales. Ya era<br />

en todas partes el intruso, el dolido, el paciente que va y que viene sin <strong>de</strong>stino.<br />

Un día uno le gritó:<br />

—Zombí, Zombí— y ése no era su nombre. ¡Cuánto hubiera agra<strong>de</strong>cido que dijeran Floreo!;<br />

pero nada. Nada ni nadie a quién brindarle un poco <strong>de</strong> gratitud, ni siquiera el <strong>de</strong>recho<br />

<strong>de</strong> manifestarle a alguien la cantada fi<strong>de</strong>lidad en los seres <strong>de</strong> su raza. Por eso era ahora un<br />

perro cimarrón bajo la ley <strong>de</strong>l monte.<br />

A veces, el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> otro perro o <strong>de</strong> una mano amiga venía a su recuerdo como a los<br />

hombres llega la nostalgia <strong>de</strong>l país natal no visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> niño; sobre todo cuando el calor<br />

arreciaba, era poca el agua o difícil la caza, como en aquella noche en que todavía las piedras<br />

quemaban como el sol que ardió sin tregua durante todo el día. Des<strong>de</strong> su cueva oía el rastrear<br />

<strong>de</strong> las iguanas y el seseo <strong>de</strong> las culebras mudándose a otros sitios en busca <strong>de</strong> aire o <strong>de</strong> rocío.<br />

Cayendo la madrugada hubo un momento <strong>de</strong> humedad. Fue un bostezo <strong>de</strong> Dios, dando su<br />

aliento para que el cactus siguiera ver<strong>de</strong>ando y las bayahondas cuajaran las yemas <strong>de</strong> sus<br />

flores moradas. Después, todo volvió a ser un horno cociendo piedras y tostando espinas.<br />

Un paisaje sin cambio que se animó <strong>de</strong> pronto por un rumor extraño. Las orejas y el<br />

instinto oyeron. Había presencia <strong>de</strong> chivos, olor <strong>de</strong> hombres y perros. Era un borrego <strong>de</strong><br />

buena carne perseguido <strong>de</strong> cerca por una traílla <strong>de</strong> monteo y le cogió la <strong>de</strong>lantera.<br />

Esquivando el testuz <strong>de</strong>l animalejo, escurriéndose allá y mordiendo aquí, logró <strong>de</strong>sjarretarlo;<br />

luego, una <strong>de</strong>ntellada al cuello. Y ahí estaba el borrego casi motón aún. Los perros<br />

y los hombres en la presa miraban la propiedad ajena. Y surgieron comentarios.<br />

—Un perro cimarrón.<br />

—Quitémosle el chivo.<br />

—Sí, pero hay que matar el perro.<br />

—Eso voy a hacer –dijo uno que tenía una escopeta terciada.<br />

Y no hubo necesidad <strong>de</strong> dispararle. Floreo conocía esta vos y a este hombre. Meneó el<br />

rabo, le brilló la alegría, era el hombre <strong>de</strong> la cena.<br />

Al verlo manso la gente reanudó el comentario.<br />

—Mira, ese perro es <strong>de</strong> alguno que anda monteando por aquí.<br />

—Bueno, ¿y qué? Espanta el perro y llevémonos el chivo. Lo <strong>de</strong>más, ¿qué importa?<br />

Lo echaron hasta los matorrales. Des<strong>de</strong> ahí miró <strong>de</strong>sollar el animal y tirarle las vísceras a la<br />

jauría hambrienta. Era su hora <strong>de</strong> comer también y le espantaron <strong>de</strong> nuevo amenazándolo con<br />

piedras y con palos. Pronto estuvo el animal <strong>de</strong>scuartizado y metido en un saco, lo mismo que<br />

la piel. Al marcharse sólo <strong>de</strong>jaron la cabeza <strong>de</strong>l chivo, que los perros mondaron hasta <strong>de</strong>jarle<br />

la osamenta inútil aun para otro perro. Sólo eso quedó y el estiércol que regaron los perros al<br />

pelearse por las tripas y la panza repleta. Eso y un rastro <strong>de</strong> sangre sobre la grama pobre.<br />

Floreo lamió la yerba y la tierra hasta la última gota <strong>de</strong> coágulo. Mordisqueó la cabeza<br />

y la <strong>de</strong>jó, <strong>de</strong>sesperado. Tenía hambre y sed. De haber sido un hombre habría llorado como<br />

lloran los hombres, pero él era un perro…<br />

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