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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

siempre or<strong>de</strong>nadas a pesar <strong>de</strong> que alguna vez una i<strong>de</strong>a u otra se le escapaba y andaba luego<br />

importunándole. Las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Paulo no estaban <strong>de</strong>l todo civilizadas.<br />

El avión en el cual viajaba Paulo era un avión muy gran<strong>de</strong>. Hasta la gente <strong>de</strong>l aeropuerto<br />

tenía la duda <strong>de</strong> que aquel avión volase or<strong>de</strong>nadamente. Pero los ingenieros que<br />

diseñaron el avión eran unos ingenieros muy inteligentes y los mecánicos que prepararon<br />

el avión eran unos mecánicos muy preparados y los pilotos que piloteaban el avión<br />

eran unos pilotos muy competentes. Por todas estas razones el avión iba volando muy<br />

or<strong>de</strong>nadamente.<br />

Paulo viajaba en el avión. No le gustaba ese avión ni ningún otro avión, pero como Paulo<br />

era un hombre muy civilizado, tuvo que viajar en el avión. Fue una suerte que su cansancio<br />

le diera sueño, porque con el sueño no tenía que viajar en el avión.<br />

Lo que no había previsto Paulo era la cerradura y mucho menos, por supuesto, aquel<br />

ojo <strong>de</strong> tantos colores que bailaba <strong>de</strong> un lado para el otro, como si no tuviese otra cosa que<br />

hacer. Paulo quiso aconsejar al ojo que se <strong>de</strong>dicase a mirar, pero encontró que en su sueño<br />

no había voces. Esto lo <strong>de</strong>sagradó. Los sueños <strong>de</strong>bían tener voces y no ser mudos.<br />

La vida <strong>de</strong> Paulo había sido una vida bien vivida. Era como una vida distinguida, sin<br />

llegar a ser completamente distinguida, pero Paulo no estaba disgustado con su vida y eso<br />

era suficiente. Paulo siempre fue conformista, por lo menos respecto a su vida. Y también<br />

con sus sentimientos. Los sentimientos <strong>de</strong> Paulo no eran tan or<strong>de</strong>nados como sus i<strong>de</strong>as,<br />

pero la verdad era que los sentimientos no son obedientes y Paulo había leído eso en algún<br />

libro. Pue<strong>de</strong> que el libro no dijera todo lo que hay que <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> los sentimientos, pero Paulo<br />

tampoco gustaba <strong>de</strong> leer <strong>de</strong>masiado. La lectura no pasaba <strong>de</strong> ser en Paulo como el agua <strong>de</strong><br />

un chubasco. Y no <strong>de</strong> un chubasco fuerte, sino <strong>de</strong> un chubasco pequeño, <strong>de</strong> esos que caen<br />

y el sol no se molesta en meter la cara <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las nubes.<br />

El ojo <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> Paulo no se cansaba <strong>de</strong> bailar. Estaba visto que era un ojo incansable<br />

y Paulo <strong>de</strong>cidió no darle tanta importancia. A lo mejor el ojo <strong>de</strong>cidía entrarse nuevamente<br />

en la cerradura y <strong>de</strong>jar el sueño <strong>de</strong> Paulo un poco más limpio. Pero no sucedió así y Paulo<br />

siguió soñando.<br />

El avión era <strong>de</strong> metal por todas partes. El avión volaba velozmente sobre cielos color<br />

chocolate y no se preocupaba con el sueño <strong>de</strong> Paulo. El avión estaba acostumbrado a que<br />

sus pasajeros soñaran como les viniera en gana. Los sueños no eran <strong>de</strong> la incumbencia <strong>de</strong>l<br />

avión. Al avión sólo le interesaba volar y volar bien, porque para eso lo habían construido.<br />

Se podía compren<strong>de</strong>r que aquel avión era un avión <strong>de</strong> los mejores.<br />

El ojo <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> Paulo <strong>de</strong>cidió quedarse tranquilo unos segundos. Así se clavó en el<br />

muro blanco <strong>de</strong>l sueño y se puso a girar para arriba y luego para abajo. Paulo miró al ojo<br />

fijamente, pero el ojo, que tenía ahora color violeta, no <strong>de</strong>volvió la mirada y se enroscó <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> la cerradura. Paulo pensó en la muerte. No en la muerte suya o <strong>de</strong> todos los hombres que<br />

él conocía, sino en una muerte <strong>de</strong>sconcertante, <strong>de</strong> brazos verticales como en un cuadro <strong>de</strong><br />

Guayasamín y <strong>de</strong> cara vacía, como arenas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sierto.<br />

La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la muerte no era una i<strong>de</strong>a or<strong>de</strong>nada y en seguida Paulo mudó a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l<br />

amor. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l amor no estaba muy clara. Quizás porque el amor era también un sentimiento<br />

y en Paulo los sentimientos no podían hablar, ni aun <strong>de</strong>spiertos. Paulo recordó<br />

un amor diminuto <strong>de</strong> su infancia y se sonrió. Hacía mucho tiempo que no había pensado<br />

en aquel amor. No porque fue un amor pequeño, tan pequeño que sólo tuvo un beso, sino<br />

porque a los amores <strong>de</strong> infancia Paulo los había archivado, como sus primeros cheques y<br />

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