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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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VIRGILIo DíaZ GRuLLón | CRónICaS DE aLtoCERRo<br />

—¿Dón<strong>de</strong> está usted? –pregunté alzando la voz, algo asustado.<br />

La puerta <strong>de</strong> la estancia se abrió <strong>de</strong> golpe y una enfermera, rígida <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su planchado<br />

uniforme blanco, inquirió solícita:<br />

—¿Desea algo, señor?<br />

—¿Yo?… no nada. Muchas gracias… ¿Hablaba usted con alguien allí afuera, en el pasillo?<br />

—no, señor, con nadie. Estaba sola, haciendo la guardia, y me pareció oírle hablar…<br />

usted dispense. Y salió cerrando la puerta sin ruido.<br />

Permanecí tenso bajo la colcha, con la frente inundada <strong>de</strong> sudor y un escalofrío intermitente<br />

recorriéndome la espina dorsal. En la habitación no había nadie, excepto yo, y la voz<br />

que me llamó había surgido junto a mi cama. Haciendo un esfuerzo <strong>de</strong> voluntad, me rodé<br />

hacia la izquierda y asomé con pru<strong>de</strong>ncia la cabeza <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l lecho.<br />

—no seas tonto: estoy aquí en la cabecera; pero no podrás verme por más que trates.<br />

La voz nacía ahora exactamente a mi espalda y continuaba hablándome en susurros.<br />

Me senté en la cama, bañado en un sudor frío, y miré con ojos <strong>de</strong>sorbitados por encima<br />

<strong>de</strong>l hombro. Mi línea visual se extendía hasta la pared blanca y <strong>de</strong>snuda, y nada ni nadie<br />

interrumpía su curso. Mientras tanto, la voz continuaba:<br />

—no te asustes. no te haré ningún daño. Sólo quiero charlar un rato y pasar el tiempo.<br />

Y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una corta pausa: —¿Por qué será que ya a nadie le gusta recibir visitas? ¡Cómo<br />

han cambiado las cosas! En mis tiempos la gente era sociable y trataba a sus semejantes con<br />

amabilidad y cortesía. En cambio, ahora…<br />

a medida que hablaba la voz misteriosa, fui comprendiendo poco a poco la verdad. Con<br />

profundo abatimiento iba convenciéndome <strong>de</strong> que había pecado <strong>de</strong> excesivo optimismo. Yo<br />

no estaba todavía curado, ni mucho menos. Las alucinaciones no habían <strong>de</strong>saparecido, –como<br />

lo pensé–, y la prueba <strong>de</strong> ello estaba ahí, en aquel susurro que <strong>de</strong>jaba oír su acento grave y<br />

monótono a mi lado. Bajé la cabeza y hundí los hombros mientras mis manos colgaron entre<br />

las piernas entreabiertas. Debí encarnar en aquel instante la propia imagen <strong>de</strong> la <strong>de</strong>solación,<br />

porque la voz cambió <strong>de</strong> pronto el objeto y el tono <strong>de</strong> su discurso.<br />

—¿Por qué te pones así? –me dijo con suavidad acercándose a mi oído. —Crees que no<br />

existo y te imaginas que soy otra alucinación, ¿no es cierto?… Pero, ¡hombre <strong>de</strong> Dios! –añadió<br />

subiendo <strong>de</strong> tono–, ¿eres acaso sordo o torpe? ¿no notas diferencia alguna entre tus <strong>de</strong>lirios<br />

absurdos y mi ser real, existente que te habla y que sientes a tu lado? adquirió un tono amargo<br />

al continuar: Pero, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, ¿qué pue<strong>de</strong> esperarse <strong>de</strong> la ignorancia y la vanidad <strong>de</strong><br />

la humanidad <strong>de</strong> hoy? uste<strong>de</strong>s, los “vivos” –e imprimió un <strong>de</strong>jo irónico a esa palabra–, han<br />

llegado a creerse que son los únicos que existen. Que el universo todo, con sus leyes eternas<br />

y sus misterios insondables, está don<strong>de</strong> está, exclusivamente para que uste<strong>de</strong>s puedan comerse<br />

tranquilamente sus huevos pasados por agua cada mañana, trabajar como estúpidos<br />

y amontonar dinero durante el día, y dormir o fabricar hijos cada noche…<br />

La voz pareció ahogarse <strong>de</strong> indignación y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo más profundo <strong>de</strong> mi terror y mi<br />

aflicción, surgió la mía, temblorosa, aprovechando la pequeña pausa:<br />

—¿Quieres <strong>de</strong>cir que existes realmente? ¿Qué no eres alucinación? ¿Qué has muerto, y<br />

sin embargo estás aquí, a mi lado, diciéndome todas estas cosas?…<br />

—¡Claro que estoy aquí! no pue<strong>de</strong>s verme ni tocarme porque existo en una dimensión<br />

que no pue<strong>de</strong>n captar todos tus sentidos, sino los que yo he escogido expresamente para manifestarme<br />

ante ti. Pero no te engañas cuando oyes mi voz, aunque seas el único en oírla.<br />

—Pero, –balbucí–, ¿Por qué yo?, ¿por qué me has escogido precisamente a mí?<br />

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