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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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El candado<br />

J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

—¡Váyase, compadre! ¿No está viendo que bebió <strong>de</strong>masiado?<br />

—Sírvame otro, otro no me hará mal.<br />

Camilo inclinó la cabeza sobre la mesa y se hundió los puños en las mejillas. En la calle un<br />

viento frío golpeaba las casas dormidas. En la taberna el humo <strong>de</strong> los cigarros no podía salir.<br />

—Deme, –or<strong>de</strong>nó Camilo– este último será el mejor.<br />

No quería volver a casa. Estaba, <strong>de</strong> pronto, cansado <strong>de</strong> luchar contra su corazón que<br />

adoraba a Elena y contra su orgullo que <strong>de</strong>seaba matarla. Eran cosas <strong>de</strong> hombre y cosas <strong>de</strong><br />

indio todos los pensamientos <strong>de</strong> Camilo. Apuró su trago y suspiró. Seguramente que llevaba<br />

caminados muchos suspiros aquella noche. Y muchas maldiciones, encerradas en su pecho,<br />

como el humo <strong>de</strong> la taberna que no podía salir.<br />

—Voy a cerrar –dijo el tabernero, con una voz sin apelación.<br />

Los indios se fueron levantando a regañadientes, como si la muerte les hubiese llegado<br />

en la última copa. Camilo quedó sentado, encogido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su dolor.<br />

—¡Ándale, Camilo! –le suplicó el tabernero, cuando los dos estuvieron solos en el salón<br />

acallado.<br />

Se levantó, irguió la cabeza, se echó atrás el pelo, caminó hacia la puerta. Sentía que el<br />

piso le golpeaba con su oleaje y que las pare<strong>de</strong>s estaban bailando una danza triste, como<br />

la música que los indios entonan en tiempo <strong>de</strong> sequía. En mitad <strong>de</strong> la calleja se <strong>de</strong>tuvo y<br />

respiró con los brazos abiertos.<br />

—No se me pierda, compadre –oyó <strong>de</strong>cir al tabernero–, mire que la Elena luego me echa<br />

la culpa.<br />

Camilo se movió cuesta arriba, sobre los adoquines que resbalaban en sus alpargatas.<br />

Las montañas se inclinaban para recoger, suavemente, a la arcaica ciudad violeta. Una luna<br />

<strong>de</strong> pizarra saltaba <strong>de</strong> un cerro al otro, borracha <strong>de</strong> distancias, como Camilo. En las puertas<br />

cerradas no había ningún candado. Los indios dormían, o hacían el amor, o sufrían, o rezaban,<br />

o estaban quietos, esperando morir en una noche así, <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> pizarra encima <strong>de</strong> la<br />

ciudad violeta.<br />

Camilo sabía que en la puerta <strong>de</strong> su casa no habría candado. Era esa su ilusión, su gran<br />

esperanza, masticada entre tragos, soñada ante la mesa <strong>de</strong> la taberna, en las horas <strong>de</strong> sueños<br />

y <strong>de</strong> temores. Y si no había candado, podría tocar con escándalo para que Elena le abriese<br />

y en Elena <strong>de</strong>scargar su hambre <strong>de</strong> besos y su fiebre <strong>de</strong> mimos.<br />

Iba solitario, luchando contra la calle que se alzaba y se caía, como el lecho tormentoso<br />

<strong>de</strong> un río, como las grietas misteriosas <strong>de</strong> un glaciar. Contó las puertas, contó las casas. En<br />

ésta nació un niño que no vería la luz <strong>de</strong>l sol, en aquélla murió un viejo muy viejo, <strong>de</strong> cara<br />

ovejuna y nariz ganchuda, en esa otra presintió silencio, el silencio que <strong>de</strong>jan los hombres y<br />

las mujeres que no son más. Y Camilo estuvo frente a su puerta. Y sintió temblíos, porque en<br />

su puerta, colgado como un pezón, estaba el candado. Elena su mujer no había regresado,<br />

y Camilo tuvo ganas <strong>de</strong> llorar.<br />

Miró al candado, lo tocó con sus manos, lo acarició. Luego <strong>de</strong>scargó en él una patada, y<br />

otras muchas, y en ellas su ira y su encono, sus furias <strong>de</strong> macho vencido. Se arrodilló, cerró<br />

los ojos.<br />

—¡Mi Elena! –monologó. ¡Mi Elena <strong>de</strong>l alma! ¿Por qué te has ido? ¿No ves que te quiero,<br />

no ves que no puedo vivir sin ti?<br />

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