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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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No se movía una hoja. Las gallinas venían <strong>de</strong>l conuco acezando, huyéndose al sol. Silbó<br />

una manjuilita que venía en largo y cansado vuelo y se metió en las ramas <strong>de</strong>l gran jobobán.<br />

Mujió una vaca bajo la guázuma. Se revolcó el mulo.<br />

El fugitivo<br />

SÓCRATES NOLASCO | EL CUENTO EN SANTO DOMINGO – <strong>TOMO</strong> II<br />

El hombre dio media vuelta, se llevó la mano <strong>de</strong>recha al sobaco izquierdo y, exhalando<br />

un grito, cayó con medio cuerpo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l cuartel. Al otro se le encabritó el caballo mientras<br />

luchaba por dominarlo con una mano. En la otra le humeaba el revólver pavón blanco con que<br />

acababa <strong>de</strong> matar. Y sin per<strong>de</strong>r un segundo que le hubiera sido fatal le hundió las espuelas<br />

en los ijares al bruto que saltó sobre un pelotón <strong>de</strong> cinco individuos armados <strong>de</strong> carabinas<br />

que pretendieron cerrarle el paso.<br />

Se <strong>de</strong>sgranaron como una mano <strong>de</strong> plátanos que cae <strong>de</strong> lo alto.<br />

Dos se estrellaron <strong>de</strong> espaldas sobre las piedras sueltas. Un tercero, que el caballo pechó<br />

<strong>de</strong> frente, quiso volverse para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la cara y rodó violentamente raspándose el rostro,<br />

el vientre y las manos. El cuarto se enredó en las patas <strong>de</strong>l animal y quedó pisoteado e inservible.<br />

El quinto, <strong>de</strong>sorientado, atolondrado, con las manos vacías no atinaba a coger la<br />

carabina que se le cayó al recibir el violento choque.<br />

El caballo se tendió a galope por la estrecha calle bor<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> bohíos cobijados <strong>de</strong> cana.<br />

El jinete se le acostó en el pescuezo. Al pasar frente a una casa <strong>de</strong> acera alta le hicieron un<br />

disparo. Un cañón que había salido por una ventana, <strong>de</strong>sapareció humeando. Al llegar a<br />

la primera esquina, el hombre echó el cuerpo a un lado y tiró <strong>de</strong> la brida izquierda. Por<br />

un momento pareció que el caballo iba a resbalar y caerse. Una vieja que salía <strong>de</strong> su casa,<br />

fue encontrada por el animal y se estrelló contra el pedregal que hacía <strong>de</strong> acera en su<br />

bohío. El jinete no volvió la cara. Clavó otra vez las espuelas en los ijares <strong>de</strong>l animal. Este<br />

recobró más velocidad. Parecía que se había estirado, que se iba a romper. Comenzó a oírse<br />

un tiroteo que venía por la otra calle. Pero antes <strong>de</strong> un minuto, caballo y jinete volaban por el<br />

camino real como una exhalación.<br />

Así corrió diez minutos, veinte, media hora. Los tiros venían <strong>de</strong>trás, siempre <strong>de</strong>trás, por<br />

el ancho camino que iba entre dos alambradas que cercaban potreros y conucos. El hombre<br />

pensaba que no había otro remedio que huir y llegar al paso <strong>de</strong>l río. Allí terminaban los<br />

alambres y comenzaba el monte sin cercas.<br />

Volaba el caballo. De no ir el jinete ensor<strong>de</strong>cido por el viento y por la fiebre <strong>de</strong> escapar,<br />

hubiera oído su resuello precipitado y recio. La roja tierra <strong>de</strong>l camino que había mojado la<br />

llovizna <strong>de</strong> la noche anterior, impelida por las patas <strong>de</strong>l caballo, se elevaba a sus espaldas.<br />

Pasaron otros diez minutos <strong>de</strong> vértigo. Apareció a la vista la ceja <strong>de</strong> monte que cubría la<br />

ribera <strong>de</strong>l río. El hombre sintió <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> caer <strong>de</strong>l otro lado. El rojo camino hacía un recodo a<br />

la izquierda y comenzaba a bajar. El caballo no aminoró la velocidad. Había perdido el control<br />

y corría a precipitarse. El jinete tentó las bridas. Entonces el animal, con la boca abierta,<br />

espumajeando, cogió la bajada resbalando, sentándose en las cañas traseras. De cinco o seis<br />

resbalones cayó en el cascajal. Allí, ante el agua, quiso titubear. Las espuelas volvieron a<br />

herirlo. Enloqueció. Se disparó al cauce y se envolvió en millones <strong>de</strong> gotas que se elevaron<br />

como un surtidor. Tronó el fondo <strong>de</strong>l río. El animal quedó ciego y tropezó. Fue un segundo<br />

nada más, pero un segundo que casi fue fatal. Bajaba la cuesta el tiroteo.<br />

Rugieron veinte voces que se ahogaron en los tiros:<br />

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