03.04.2013 Views

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Juan BoSCH | MÁS CuEntoS ESCRItoS En EL EXILIo<br />

no quiere admitir, al principio, que no pertenece ya al mundo <strong>de</strong> los hombres y siente como<br />

si en realidad no lo hubiera <strong>de</strong>jado. ¡Qué tormento tan difícil <strong>de</strong> explicar! ¿Pero estaba él<br />

vestido? Pues sí, estaba vestido. Por lo visto no se quitó la ropa para acostarse. ¿Y vivía?<br />

¿Eran verda<strong>de</strong>ros esos ruidos que llegaban <strong>de</strong> la calle?<br />

todavía incrédulo, Quin anduvo por su habitación, llenándose <strong>de</strong> susto cuando alguna<br />

sombra entraba por las rendijas agrandándose en el aposento. al abrir la puerta vio a don<br />

Juan Ramón sentado enfrente, con los ojos fijos en el taller.<br />

Quin se puso a trabajar. Estaba pálido, nervioso, y no acertaba a meter un clavo <strong>de</strong>recho.<br />

a cada momento se sorprendía disponiéndose a tomar el camino <strong>de</strong> la pulpería, pero se<br />

<strong>de</strong>tenía a pensar un instante en la fuerza <strong>de</strong> los hábitos y en las pare<strong>de</strong>s estomacales y los<br />

espíritus alcohólicos. ¡Y qué fuerte era eso <strong>de</strong> la costumbre! El cuerpo le pedía un vasito,<br />

uno nada más; se lo reclamaba la garganta.<br />

una hora <strong>de</strong>spués llegó don Juan Ramón le preguntó cómo había pasado la noche y<br />

volvió a hablar <strong>de</strong> los estragos <strong>de</strong>l alcohol. Pero Quin no le oía. Le ardía el estómago, le<br />

temblaban las manos, le faltaba aire; le parecía que estaba perdiendo la vista. ¡oh, qué falta<br />

le hacía un vasito, uno solo! aguantó una hora. Don Juan Ramón se fue, pero se sentó en<br />

la acera, a vigilarle. Cuando el sol llegó a mitad <strong>de</strong>l cielo, Quin empezó a sudar y a sentir<br />

náuseas. ¡un vasito, uno solo! Sabía que si tomaba, aunque sólo fueran dos <strong>de</strong>dos, se entonaría<br />

y se le pasaría aquel vértigo que le aturdía. Pero don Juan Ramón estaba enfrente<br />

vigilando y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su alma estaba el miedo que le paralizaba. Martilló todavía en un<br />

cuadro <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>stinado a un baúl pequeño. De pronto un frío <strong>de</strong> hielo subió <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

sus pies hasta su frente, y, cayéndose aturdido, sin vista, se dirigió al catre y se echó en<br />

él. Ya no supo más <strong>de</strong> sí ni se enteró <strong>de</strong> que los vecinos –las vecinas, para <strong>de</strong>cirlo con más<br />

propiedad– entraron, arreglaron el aposento, le quitaron la ropa y se hicieron cargo <strong>de</strong><br />

él. Cuando volvió en sí, dos días más tar<strong>de</strong>; entrada la noche, vio resplandores <strong>de</strong> luces<br />

a sus lados y oyó algo así como una confusa voz lejana que hablaba <strong>de</strong> la gracia divina.<br />

Después alguien le tomó la muñeca y le abrió la boca. Enseguida todo volvió a ser vago,<br />

distante. Por la mañana, al otro día –¿o era el mismo día, con otra luz?–, creyó oír <strong>de</strong>cir,<br />

con bastante claridad:<br />

—Fue por <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> beber. Sobrevino una <strong>de</strong>presión…<br />

La voz pasó a ser murmullo, y ese mismo murmullo se alejaba más, cada vez más y más<br />

y más. En el fondo <strong>de</strong> su pecho comenzó a formarse una sensación agradable <strong>de</strong> tranquilidad,<br />

<strong>de</strong> honda paz. De pronto sintió que no podía respirar. una señora dijo que sonreía, y<br />

así <strong>de</strong>bía ser, sólo que bajo sus enormes bigotes nadie podía ver si movía o no los labios. Lo<br />

que sucedía era que Quin buscaba gotas <strong>de</strong> ron en los pelos; las buscaba como en un sueño.<br />

Fue su último <strong>de</strong>seo.<br />

Don Juan Ramón estaba sentado a la cabecera <strong>de</strong>l moribundo. Muy serio, vigilaba<br />

atentamente la faz <strong>de</strong> su vecino. De pronto levantó una mano, indicando que todo había<br />

acabado, y dijo solamente:<br />

—Ya.<br />

Sobre el rostro <strong>de</strong> Quin se había extendido velozmente un tinte lívido, y a seguidas<br />

empezaron los huesos a brotar, a crecer, a querer salirse <strong>de</strong> la piel.<br />

Don Juan Ramón se volvió y escudriñó con ávida mirada la cara <strong>de</strong>l médico. ¿Había<br />

dicho que fue por <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> beber, o había él oído mal? Fingió indiferencia al preguntarlo.<br />

—Sí –respondió el médico–. no siempre pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>jarse las costumbres <strong>de</strong> golpe.<br />

513

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!