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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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EMILIo RoDRíGuEZ DEMoRIZI | tRaDICIonES Y CuEntoS DoMInICanoS<br />

Eran heroínas y estaban sublimes. Lo mismo estarían cuando fabricaban cartuchos sus<br />

manos aristocráticas, fundían balas y ponían escapularios al cuello <strong>de</strong> sus hijos y hermanos<br />

para mandarles a la épica conquista <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, la misma noche <strong>de</strong>l 27 <strong>de</strong> Febrero<br />

y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l 27…<br />

Si todo esto era jugar culto figúrese Ud. lo que sería entre la gente <strong>de</strong>l pueblo. Allí cada<br />

revolcón en el mismísimo santo todo <strong>de</strong> patios y calles que formaba el artificial aguacero,<br />

valía un Perú; y a veces se corría el riesgo <strong>de</strong> ahogarse allí al prójimo con honores <strong>de</strong> vil cerdo.<br />

Los hombres entre sí hacíanse también cruda guerra. ¿Pues qué, la fiebre <strong>de</strong>l San Andrés se<br />

apagaba así no más? ni con toda el agua <strong>de</strong>l diluvio, ni con todos los huevos vacíos <strong>de</strong> todas<br />

las gallinas que prohijaron las salvadas en el arca <strong>de</strong> noé, dicho sea con el <strong>de</strong>bido respeto.<br />

unos a otros se <strong>de</strong>rribaban, se almidonaban orejas, boca y ojos, se perseguían, se pintarrajeaban<br />

con almagre, se polvoreaban con caliente aserrín que causaba escozor en el cuello<br />

y las espaldas, etc. Había quien (y no <strong>de</strong>l vulgo, sino gente principal) preparase un gran<br />

baño en mitad <strong>de</strong> su sala, <strong>de</strong>samueblando completamente la casa antes, y tomase tres mozos<br />

<strong>de</strong> cor<strong>de</strong>l a uno <strong>de</strong> los cuales colocaba en la puerta y a los otros dos en la próxima esquina<br />

a guisa <strong>de</strong> ojeadores <strong>de</strong> la caza que había <strong>de</strong> venir. un grupo <strong>de</strong> caballeros asomaba con<br />

los cabellos caídos sobre la frente, enrojecidos los ojos, no tanto por el agua cuanto por las<br />

copitas que había que trasegar en tan húmedo día, con los cestos ya vacíos, extenuados <strong>de</strong><br />

fatiga, anhelando ya más el <strong>de</strong>scanso que otra cosa, pues la noche caía a toda prisa; la más<br />

mala oportunidad y precisamente la escogida para el chapuzón postrero por los aficionados<br />

a dar violentos baños semi-rusos sanandréicos.<br />

asomar el grupo lacio y <strong>de</strong>scolorido, y caerle encima los apostados galgos, era todo<br />

uno. Cargaban con una víctima, y por las puertas le entraban con gran algazara y risotadas,<br />

y allá va; zambullíanlo cuan largo era en el maldito baño y allí le sujetaban los forzudos<br />

mozos, expuesto el extenuado jugador a boquear dignamente con el San Andrés que moría<br />

en brazos <strong>de</strong> la noche, según diría un pichón <strong>de</strong> poeta.<br />

Sucedía, como sucedió, que encaramándose en las azoteas algunos bellacos a mojar<br />

<strong>de</strong>scuidadamente a alguien, topasen con un pobre y respetable viejo sentado tranquilamente<br />

en su puerta o en la acera <strong>de</strong> enfrente, y que como viejo al fin creía tener ciertas prerrogativas<br />

para no ser mojado como el común <strong>de</strong> las gentes. Pero ¡zas! uno <strong>de</strong> ellos le embicaba<br />

un buen cubo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la altura <strong>de</strong> una casa terrera bien podría valuarse su volumen <strong>de</strong><br />

agua en cosa <strong>de</strong> media arroba, ¡y esto sobre una calva cabeza! ahí era la <strong>de</strong> Dios es Cristo;<br />

porque el burlado bufaba y pataleaba y amenazaba, mientras aquellos se iban riendo azotea<br />

a<strong>de</strong>lante.<br />

Por la noche ¡oh! por la noche, cuando ésta cerraba, a favor <strong>de</strong> la soledad y lobreguez <strong>de</strong><br />

las calles, pues todas las puertas se cerraban y ni una luz brillaba y cada familia se recogía<br />

en las antesalas y corredores, temerosa <strong>de</strong> que la alcanzase un chorrito <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> jeringas,<br />

instrumento admirable para esas horas <strong>de</strong> oscuridad y general encierro, y a oír cómo llovía<br />

sobre el piso, los muebles y las alfombras don<strong>de</strong> por casualidad las había entonces; por la<br />

noche, digo, había como un recru<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong> fiebre <strong>de</strong> mojar al prójimo.<br />

Desdichada la casa que tenía buenos muebles que per<strong>de</strong>r con la clan<strong>de</strong>stina mojada; <strong>de</strong>sdichada<br />

la lámpara, no puesta a respetable distancia <strong>de</strong> los vagabundos, indiscretos y atrevidos<br />

tubos <strong>de</strong> estaño y hojalata; porque si el vigoroso y sostenido chorro alcanzaba sus vidrios o sus<br />

mecheros, allí liquidaban. Desdichado el aposento por bien preservado <strong>de</strong> agujeros <strong>de</strong> férrea<br />

cerradura u otros (y cuando no los había naturales, diremos, los abrían a barreno); porque el<br />

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