03.04.2013 Views

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

VIRGILIo DíaZ GRuLLón | CRónICaS DE aLtoCERRo<br />

no parecía tener familia en parte alguna porque, <strong>de</strong>scontando el remitente anónimo<br />

<strong>de</strong> las mensualida<strong>de</strong>s, nadie escribió nunca una carta a don Justo, ni nadie vino tampoco a<br />

visitarlo en el lejano rincón provinciano que había escogido para exprimir gota a gota, con<br />

resignada paciencia, el jugo espeso <strong>de</strong> su existencia monótona y oscura.<br />

así había vivido entre nosotros, a lo largo <strong>de</strong> diez años, don Justo <strong>de</strong> La Barca y téllez,<br />

hasta que un día quince <strong>de</strong> mes, pagado hasta el último centavo <strong>de</strong> sus humil<strong>de</strong>s <strong>de</strong>udas<br />

pendientes, tan misteriosamente como vino, <strong>de</strong>sapareció para siempre <strong>de</strong> altocerro, sin <strong>de</strong>jar<br />

tras <strong>de</strong> sí amigos ni enemigos, sin que nadie <strong>de</strong>rramara una sola lágrima por su partida ni se<br />

regocijara <strong>de</strong> su ausencia, y sin que su recuerdo <strong>de</strong>jara otra huella que alguna sonrisa burlona<br />

o un leve encogimiento <strong>de</strong> hombros cuando alguien, por acaso, mencionaba su nombre en<br />

la tertulia cotidiana. Y sólo tal vez la señorita amparo se hizo más seca, más callada, más<br />

intransigente, y aunque nunca la oí pronunciar el nombre <strong>de</strong> don Justo, la sorprendí más <strong>de</strong><br />

una vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día mirando silenciosamente, a través <strong>de</strong> la ventana abierta <strong>de</strong>l salón <strong>de</strong><br />

clases, hacia el caminito sinuoso y polvoriento cuyo curso, en algún ignorado y lejano lugar,<br />

enlazaba nuestro pueblito con gran<strong>de</strong>s ciuda<strong>de</strong>s mo<strong>de</strong>rnas, ruidosas y añoradas.<br />

<br />

Dos golpes suaves <strong>de</strong> cepillo en el cuello y los hombros; y una espesa nube <strong>de</strong> polvo<br />

<strong>de</strong> talco barato flotando a mi alre<strong>de</strong>dor, me sustrajeron <strong>de</strong>l mundo mágico <strong>de</strong> evocación en<br />

que me hallaba inmerso. El corte <strong>de</strong> pelo había terminado.<br />

Don Justo permanecía en la misma postura, parado en la acera, ofreciendo con humildad<br />

su mo<strong>de</strong>sta mercancía a transeúntes presurosos e indiferentes. Me acerqué a él. Lo saludé<br />

efusivamente, y, aunque no me reconoció <strong>de</strong> primera intención, al poco rato pareció i<strong>de</strong>ntificar<br />

el niño solitario <strong>de</strong> Altocerro con el hombre que lo estrechaba entre sus brazos. Pasada<br />

la primera impresión, lo arrastré hasta el restaurante más próximo y allí nos sentamos, en<br />

medio <strong>de</strong>l salón <strong>de</strong>sierto, frente a dos tazas humeantes <strong>de</strong> café.<br />

Me quedé observándolo fijamente mientras se acomodaba frente a mí, con movimientos<br />

lentos y cansados y la mirada sin brillo fija en sus propias manos entrelazadas. De su porte<br />

señorial, <strong>de</strong> su prestancia, <strong>de</strong> su erguida hidalguía, no quedaba el más ligero rastro. Vestía<br />

prendas raídas y <strong>de</strong> dudosa limpieza. Sobre sus rodillas, ocultos por el mantel a mis miradas<br />

curiosas, había escondido los billetes <strong>de</strong> lotería que pregonaba un momento antes en la<br />

acera, y se adivinaba, bajo la aparente resignación sumisa, el hondo disgusto que mi súbita<br />

aparición le provocara. un resabio <strong>de</strong> su antigua compostura pareció revivir en el gesto con<br />

que trató <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r a mi vista el puño <strong>de</strong>shilachado y sucio <strong>de</strong> la camisa, pero el a<strong>de</strong>mán<br />

quedó trunco, disolviéndose en una <strong>de</strong>sfallecida renunciación, como si sólo entonces se<br />

percatara <strong>de</strong> que ya era inútil todo fingimiento.<br />

—¡Quién lo hubiera dicho! Don Justo, –dije rompiendo el silencio–. Después <strong>de</strong> tantos<br />

años…<br />

—Por favor, nada <strong>de</strong> don Justo… Perico, Perico Pérez Martínez…<br />

—¿Perico Pérez Martínez?… –repuse asombrado–. Pero, ¿ha cambiado usted <strong>de</strong> nombre?…<br />

—Sí, lo cambié, pero no ahora… antes fue cuando lo hice… Justamente cuando me fui<br />

a vivir a altocerro.<br />

—¿De manera que nunca se llamó usted don Justo <strong>de</strong> La Barca y téllez?… ¡Qué lástima!<br />

tan sonoro como resultaba ese nombre.<br />

623

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!