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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

—A mí, no. Mire, Cirilo, ¿usted cree que mis callos y mi espalda, que no hay día en que no<br />

duelan, no saben lo que llevo trabajado cortando caña? Es poca la plata pa tanto sudor…<br />

—Boberías, boberías… Ya son nuestros los pesos, ahora sí que no vamos a andar por<br />

los bateyes.<br />

Cirilo y Quiterio caminaron, rumbo al ingenio. Encima <strong>de</strong> la sabana quemada podíase<br />

divisar la fábrica <strong>de</strong> azúcar, cuadrada y hosca, con sus narices <strong>de</strong> hierro llenas <strong>de</strong> humo, en<br />

conversación con las locomotoras pequeñitas que acudían <strong>de</strong> los cuatro ámbitos <strong>de</strong>l cañaveral.<br />

Perfume a melao rondaba por la tierra y en las camisas <strong>de</strong> los hombres.<br />

—Buen día, Cirilo.<br />

—Con la gracia <strong>de</strong> Dios…<br />

—¿Conque se va, como los haitianos?<br />

—Como ellos no, Toño. Ellos van <strong>de</strong> camión y bien lejos. Yo me voy hasta mi pueblo<br />

na más.<br />

—¡Eh, Quiterio! ¿Qué va a hacer con la plata?<br />

—No sé entoavía. A lo mejor me la guardo.<br />

Otros hombres se echaban al camino y se emparejaban con ellos. Algunos eran negros y<br />

no hablaban. Eran los haitianos, para quienes también, con el final <strong>de</strong> la zafra, había llegado el<br />

día <strong>de</strong> rehacer el largo camino y volver a su tierra, allen<strong>de</strong> la cordillera, por el lago Enriquillo.<br />

Iban alegres, tintineándoles en el cerebro la pequeña fortuna que cobrarían <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco.<br />

—Paul… ¿Todo listo?<br />

—Cirilo, tou é bien, tou é bien.<br />

—¿Y no agarró la lengua? A lo mejor el año que viene ya la sabe hablar, ¿no, Paul?<br />

—Dificile, muy dificile. Le dominiquén é compliqué.<br />

Reían, bromeaban, se saludaban, mientras la polvareda crecía en el camino, como el<br />

grupo <strong>de</strong> hombres.<br />

Salió el sol y se trepó en el cielo con prisa, como si él también fuera a cobrar su zafra.<br />

Vientos en caracol soplaron <strong>de</strong> la costa y el salitre se sintió en las narices, envuelto en una<br />

que otra astillita <strong>de</strong> bagazo huida <strong>de</strong> las trituradoras.<br />

Ante las bo<strong>de</strong>gas los hombres hicieron alto. Como las puertas <strong>de</strong> las oficinas todavía<br />

estaban cerradas, Cirilo y Quiterio se acomodaron <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> una palmera y comenzaron a<br />

roer pedazos <strong>de</strong> pan que habían traído en el bolsillo.<br />

—¿No le dije? Mire qué bien hicimos llegando temprano. ¡Va a haber unas colas pa<br />

cobrar…!<br />

—Aunque las haya, ¿qué importa? ¿No era peor andar por los cañaverales cortando<br />

caña? ¿O ya se me olvidó usted <strong>de</strong>l calor y <strong>de</strong> los alacranes?<br />

—No, <strong>de</strong> eso no me olvidé, Quiterio, <strong>de</strong> eso no…<br />

—¿Qué va a hacer con la plata?<br />

Cirilo entrecerró los ojos y enmu<strong>de</strong>ció unos segundos. Cuando habló nuevamente, se le<br />

habían hinchado las aletas <strong>de</strong> la nariz y el pecho se le arqueaba suavemente.<br />

—Le haré la casa a la vieja y a los muchachos. ¿No sabía?<br />

—Buena obra. Techo pa la familia está bien…<br />

—Toa la vida lo pensé, compadre, y nunca pu<strong>de</strong>… Verá… Los pesos que uno se gana<br />

no dan… Me llevé a la Petra, luego nos casamos, uté sabe cómo es <strong>de</strong> religiosa… Vinieron<br />

los hijos… Uno, dos, ya andamos por cuatro.<br />

—¡Cuatro!<br />

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